Roy Haynes, el legendario baterista que dio ritmo al jazz, falleció a los 99 años

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Testigo privilegiado de la revolución del bebop, tocó con los más grandes. El moderno gigante de las baterías, con una trayectoria excepcional por su calidad y longevidad, falleció el 12 de noviembre de 2024.

Roy Haynes en 2010, en el festival Jazz à la Villette, París. Foto Faustine / Losa APRF

Por Louis-Julien Nicolaou

Publicado el 13 de noviembre de 2024 a las 10:41 horas.

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Dos músicos que podían presumir de haber tocado con Duke Ellington, Louis Armstrong, Charlie Parker, Billie Holiday y Lester Young, él fue el último superviviente. Testigo privilegiado de la historia del jazz y de la revolución del bebop, Roy Haynes fue también uno de los inventores de la batería moderna y un líder enérgico cuya carrera abarcó casi un siglo.

Nacido en Boston en 1925, Roy Haynes aprendió a tocar la batería por su cuenta, tomando como modelo al padre de todos los percusionistas de su tiempo, “Papa” Jo Jones, entonces miembro de la orquesta de Count Basie. Desde principios de la década de 1940, fue notado y doblado por bateristas apenas mayores que él pero ya reconocidos, Max Roach y Art Blakey. En 1945 llegó a Nueva York y se unió a la big band de Luis Russell antes de ser contratado por Lester Young. Demostró ser tan bueno que a finales de la década el propio Charlie Parker le pidió que ocupara el puesto que dejó vacante Max Roach. Se convierte así en miembro habitual de los grupos “Bird”, ese tipo de promoción que le sitúa para siempre en la gran historia del jazz (una famosa fotografía, tomada en Nueva York en 1953, lo muestra tocando con Parker, Thelonious Monk y Charles Mingus , en el grupo más emocionante que un fanático del bop podría concebir).

Esta prestigiosa actividad no le impidió acompañar también a Bud Powell, Stan Getz y Miles Davis, y luego ocupar un lugar en la orquesta de Sarah Vaughan. Un viaje así, con monstruos tan sagrados, cumpliría los sueños de cualquier músico. Haynes lo logró en menos de diez años, antes de cumplir los treinta. Y le queda mucho, mucho por hacer.

Durante los años cincuenta, Roy Haynes, lejos de frenar el ritmo de sus compromisos, siguió al servicio de los más grandes: Sonny Rollins, John Coltrane, Thelonious Monk, Lee Konitz… Un hombre sencillo y poco inclinado a la introspección, dotado de Con un sólido sentido común y una personalidad radiante, atraviesa su tiempo con la imperturbabilidad de un personaje de cuento de hadas. No le afecta nada que socave y, muchas veces, acabe destruyendo a los jazzistas de su tiempo. No fuma, no consume drogas, no bebe en exceso, no experimenta miseria, desesperación o violencia. Detrás de su buen humor se esconde una persona disciplinada, deseosa de llegar puntual a los conciertos y que prefiere cuidar de su familia antes que alimentar su leyenda de excentricidades. Pero si es tan buscado no es sólo por esta gravedad. Los solistas también saben que pueden contar con su extraordinario oído, su swing rápido y tenso, su técnica precisa y su capacidad para seguir paso a paso sus melodías. Entre quienes adoran su temperamento, Rahsaan Roland Kirk dirá: “Toca con tanta espontaneidad… Nunca te impide tocar lo que quieres y hace más que mantener un ritmo. Puedo escucharlo desde aquí tocando la batería. »

Si Roy Haynes comienza a lanzar álbumes bajo su nombre que valen la pena (por ejemplo, para Impulse!, Fuera de la tarde), lo encontramos también en una serie de sesiones que dieron origen a discos innovadores hoy considerados clásicos. En sólo dos años (1960 y 1961), participó notablemente en el desarrollo devínculo exterior, ahí fuera y grito lejano, de Eric Dolphy, Enfocar, por Stan Getz, Stittsville, de Sonny Stitt, El blues y la verdad abstracta, d’Oliver Nelson, Cantando y balanceándose, por Betty Roché y Genio + Alma = Jazz, por Ray Charles. ¿Quién dice mejor?

Siguieron otras colaboraciones, con Booker Little, Jackie McLean, Jaki Byard y McCoy Tyner. A principios de los años 1970, el giro jazz-rock le ofreció la oportunidad de hacer gala de una explosividad que nada parecía capaz de disminuir. Incluso cuando coquetea con el funk latino y el disco (como en el álbum vistalita, lanzado en 1977), se mantiene por encima de lo común al elegir cuidadosamente a sus músicos y mantener un rigor y modestia que van más allá de sus ritmos precisos para estructurar completamente su música.

Aclamado unánimemente por su estilo único, Roy Haynes todavía tiene algunos capítulos de la historia del jazz por escribir. Primero formará parte del trío musculoso y elástico de Chick Corea (con Miroslav Vitous al contrabajo), luego se unirá a Michel Petrucciani y Pat Metheny en nuevas fórmulas de tres piezas. Su potencia y su interpretación muy “melódica” lo convierten en un destacado acompañante, siempre capaz de estimular a los improvisadores más experimentados. A principios de los años 2000, Haynes, ahora ataviado con inverosímiles sombreros, camisas y botas de cowboy, rindió un brillante homenaje a Charlie Parker grabando Lobos de la misma camada. Un regreso a la música de sus veintes que no va acompañado de ninguna nostalgia, ya que la edad no parece afectar al baterista.

A sus 77 años, todavía podemos verlo, al final de una rueda de prensa, realizando un impecable número de claqué. A los 80 años, luego a los 90, siguió jugando, un anciano embellecido por los años, todavía dotado de sabiduría y de un humor libre de amarguras. Al acercarse a su centenario, después de haber perdido poco más que su cabello, se mantuvo increíblemente fresco y admitió silenciosamente que bendecía cada nuevo amanecer. Su monumental carrera, que sólo puede inspirar un respeto sin reservas, la resumió un día en tres palabras desarmadoras: “Desde mi adolescencia hasta hoy, simplemente me encantó jugar. »

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