“Estoy en busca del alma misteriosa del color”

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Viernes 7 de febrero de 2003, en la carrera 7, la avenida chic de Bogotá. Distrito de embajadas y residencias diplomáticas. Son casi las 20.00 horas cuando un vehículo cargado con 200 kilos de explosivos desafía el sistema de vigilancia más avanzado de la ciudad. En pocos segundos, el prestigioso club El Nogal, de doce pisos, no es más que un gigantesco cadáver humeante.

Símbolo de la “oligarquía” según la guerrilla, el elegante edificio albergaba esa noche, como de costumbre, a miembros de la alta sociedad colombiana y de la élite política. Algunos celebraban una boda, otros sudaban jugando al squash, se relajaban en la sauna o descansaban en el jacuzzi… Resultados del atentado atribuido a las Fuerzas Armadas Revolucionarias: 36 muertos, 198 heridos graves. Y un milagro, que los escombros apenas han desempolvado: la hierática y monumental “Alquimia 85” (600 × 470 cm), una brillante obra maestra de textil y oro de la artista Olga de Amaral.

Olga desarrolló su instinto artístico a lo largo de su infancia, la cual pasó entre Medellín y el campo colombiano, siguiendo los movimientos de su padre, ingeniero de minas y empresario. La imaginación del pequeño nómada recordará especialmente las iglesias barrocas y las deslumbrantes fachadas de las casas de la familiar región de Antioquia. Estudios de arquitectura. Tenía tanto talento que llegó a ser jefa del departamento de dibujo del Colegio Mayor de Bogotá en 1953, a la edad de 21 años. Época oscura.

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“Alquimia 85” (600 × 470 cm), en el club El Nogal, de la capital colombiana.

© Diego Amaral

Territorio incontrolable, fragmentado por cadenas montañosas intransitables, Colombia está entregada a la Violencia, esta guerra civil de increíble brutalidad que dejará 300.000 muertos. Distribución desigual de la tierra, rivalidades entre políticos desconectados de la realidad, violaciones, incendios, saqueos, masacres… La dulce Olga huye del salvajismo y encuentra refugio en Estados Unidos. Ingresó en la Academia de Artes de Cranbrook, en Michigan, donde la enseñanza se basaba en los principios modernistas de la Bauhaus, movimiento que propugnaba la mezcla de disciplinas y la experimentación, y según el cual “no existe una diferencia esencial entre ‘artista y artesano’.

Gracias al “arte de la fibra”, los textiles nunca más volverán a usarse como tapiz

En este terreno fértil para la libertad, Olga conoció el arte textil y decidió convertirlo en su marca registrada. De vuelta en Bogotá, el clima político y social sigue siendo complicado. Como sabe que será imposible encontrar uno en Colombia, trae su propio telar desde Estados Unidos. El acceso a las fibras, materia prima de su trabajo, también es limitado. Por eso Olga los confecciona ella misma con lana y lino, los tiñe a mano con tintes naturales, juega con texturas y colores. Fundó su pequeña empresa y contrató a tejedores locales en su taller para diseñar obras destinadas a la decoración de interiores. Pero no fue hasta la década de 1960 que se forjó su lugar entre los artistas del arte de la fibra que luego se establecieron internacionalmente.

El resto después de este anuncio.

La época vibra al ritmo de una nueva ola de vanguardias –arte povera, Fluxus, land art, arte conceptual…–, decididas a dar batalla definitivamente al academicismo de papá. En 1963 se realizó una pequeña exposición en el Museo de Artesanía Contemporánea de Nueva York que reunió a cinco artistas emergentes de América del Norte influenciados por el antiguo Perú. Su punto en común, según Paul J. Smith, entonces subdirector del museo: la creación de formas escultóricas a partir de hilos entrelazados. Gracias al “arte de la fibra”, los textiles nunca más volverán a utilizarse como tapiz.

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Aún en el trabajo, vuelve a retomar su trabajo. Aquí en su estudio de Bogotá, en 1965.

© Archivo del artista

Consciente de estos avances, Olga aprovecha su formación modernista en los Estados Unidos y su conocimiento de las técnicas de tejido latinoamericanas para perfeccionar su lenguaje artístico. Desarrolló su interés por los conocimientos vernáculos. Durante una visita a una mujer quechua, ésta salió impresionada por su concentración y agilidad y por una suerte, dijo, de “inteligencia ancestral, altamente matemática”.

Olga experimenta como una Penélope moderna

Capas de telas que se cruzan, giros que contrastan y se enrollan entre ellos, nudos, giros, búsqueda del color, el ritmo de los contrastes, lila y verde, rojo escarlata y rosa fucsia, amarillo ocre y naranja, uso de la crin de caballo para crear formas cada vez más rígidas. e imponentes estructuras… Olga experimenta como una Penélope moderna. Las exposiciones continuaron desde Nueva York hasta la Bienal de Lausana en 1969, donde por primera vez se permitió a los artistas mostrar piezas a cierta distancia de las paredes y a los espectadores se les permitió tocar las obras o caminar a través de ellas. el más impresionante.

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El transporte de “Gran Muro” (460 × 520 cm), obra en lana teñida y crin, en 1976.

© Archivo del artista

Olga viaja. En 1970, mientras pasaba una tarde con su amiga, la ceramista Lucie Rie, en Londres, llamó su atención un jarrón que había sido reparado. “Lucie me explicó que había resaltado la unión de la reparación con oro, inspirándose en la técnica japonesa del kintsugi. Este uso tocó un lugar misterioso en mi mente. Cuatro años más tarde, mientras vivía en París, comencé a utilizar pan de oro en un pequeño grupo de obras. A partir de ese momento este material cobró importancia en mi trabajo. Empecé a buscar formas de transformar el tejido en superficies doradas y luminosas. »

Adentrarse en la obra de Olga de Amaral es también viajar en la cartografía de los territorios

Marie Perennès, comisaria de la retrospectiva presentada en la Fundación Cartier

Al mismo tiempo, tapices, pinturas, esculturas y arquitectura, sus obras sedujeron y los pedidos llegaron a lo largo de la década de 1970. Entre los más ambiciosos se encuentra “Gran Muro” (1976), destinado al hotel Peachtree Plaza de Atlanta: dieciséis paneles suspendidos desplegados a una altura de seis pisos. Cuadro otoñal, amarillo, naranja, marrón claro. Los colores se oscurecen en los bordes de los paneles hasta llegar a violeta, rosa, verde y azul. Olga también pone en escena sus creaciones en la naturaleza y luego las fotografía. Prueba de ello es su “Adherencia”, peluda como una oruga de los páramos del Altiplano, aferrada a una ladera rocosa, que se funde con el entorno.

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“Siempre he estado habitado por el color y, sin embargo, estoy continuamente en busca de su alma misteriosa. » En casa, en 2015.

© Diego Amaral / Archivo del artista

“Entrar en la obra de Olga de Amaral es también viajar a la cartografía de los territorios”, subraya Marie Perennès, comisaria de la retrospectiva presentada en la Fundación Cartier. “Umbra 51” podría representar el Mar Caribe que limita con el norte de Colombia. En “Estrato 15”, es una montaña la que brilla, quizás la icónica Sierra Nevada de Santa Marta. »

Las altas tradiciones nativas americanas se mezclan con la geometría de la abstracción. A partir de los años 80, Olga encontró su superficie perfecta tejiendo lino con algodón. El resultado, explica, es “una tela parecida a la arcilla con la que hago tiras que formarán la materia prima. Están formados por pequeñas unidades rectangulares tejidas y perfectamente proporcionadas. Estos fragmentos son las “palabras” que uso para crear paisajes cuyas superficies y texturas combinan diversas emociones, recuerdos, significados y conexiones. » Para tapar los espacios entre las fibras, Olga cepilla su tejido con yeso, una especie de capa que endurece y da una apariencia más suave y regular a su tejido.

Este equipo de tejedoras, este lugar es lo que me conecta más profundamente con mi país.

Olga de Amaral

“Me di cuenta de que el yeso y el estuco me permitían agregar inscripciones y formas geométricas simples en bajorrelieve –soles, espirales, círculos, cuadrados– que enriquecían el significado de las superficies finales y les daban una apariencia atemporal, como los glifos e inscripciones que Se pueden encontrar tallados en piedras. Para disimular el aspecto seco y áspero que le daba el revestimiento a las unidades, las cubrí con papel de arroz. Esto les daba un brillo particular, fluido y orgánico, que aún dejaba entrever lo que se escondía debajo. Para finalizar apliqué el pan de oro. Cada uno de estos pasos deja su huella. Tejer, unir y trenzar los elementos me permitió doblar, torcer y cubrir el oro libremente. Pero para lograr los vastos paisajes imaginarios que imaginé, necesitaba mayores cantidades de elementos. Para realizarlos necesité otras manos, otras personas que compartieran un cierto estado de ánimo, un cierto ritmo, un silencio, una concentración y un amor por el trabajo manual. »

Durante más de veinticinco años ha trabajado con un equipo de tejedores. “A través de este proceso colectivo, cada ensamblaje está imbuido del espíritu de cada una de estas vidas y de una pátina única. Todas estas capas de trabajo y tiempo eventualmente afectan la apariencia de la superficie final. Es difícil explicar lo que sucede en este intervalo. Los cambios, las elecciones tomadas, el ritmo de trabajo, el silencio o la música, las historias personales… Este equipo de tejedoras, este lugar son lo que me conecta más profundamente con mi país. »

Entretejiendo los horizontes de su Colombia natal y las ruinas de una civilización pasada, Olga de Amaral, esta estrella del arte en fibra que ahora tiene 92 años, continúa interrogándonos sobre el espacio y el tiempo, y nos envuelve como un mago en una atmósfera dorada, aérea y mundo iridiscente como un tesoro inca.

“Olga de Amaral”, retrospectiva en la Fundación Cartier, del 12 de octubre de 2024 al 16 de marzo de 2025, Fondationcartier.com.

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