En París, a mediados de noviembre, Barry Jenkins está de gira. Una gira de hombres importantes, con un vibrante ejército de publicistas y una sala repleta de periodistas y creadores de contenidos cinematográficos que acudieron a ver los primeros cuarenta minutos de la próxima superproducción de los estudios Disney. A sus 45 años, el director y guionista ganador del Oscar por Luz de la luna (2016), un conmovedor melodrama sobre la adolescencia y la entrada en la edad adulta de un joven gay en el sur de Estados Unidos, ha logrado trasladarse de los márgenes al centro, del cine independiente al gran público.
Con un presupuesto de más de 200 millones de dólares, su última película, Mufasa: Le Rey León, en cines el 18 de diciembre, debería marcar su consagración. Pero treinta años después El Rey León, que narra la aceptación por parte del pequeño Simba de su destino como monarca tras la muerte de su amado padre, y a raíz de las múltiples creaciones derivadas de la caricatura original (un remake live-action en 2019, dos series de televisión, videojuegos, un musical, una película musical de Beyoncé en 2020, etc.), los tiempos han cambiado.
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