Tras una ausencia de 12 años, Walter Salles, reconocido director, regresa a sus raíces brasileñas con “Todavía estoy aquí”. Esta película, tanto íntima como política, es parte de un momento crucial en la historia de Brasil, donde los ecos del régimen autoritario de la década de 1970 resuenan con las recientes turbulencias bajo Bolsonaro. Lejos de limitarse a un relato histórico, Salles transforma esta historia personal en un fresco universal sobre la resiliencia y la búsqueda de la justicia.
La película comienza en una atmósfera de dulzura y desenfado: una familia próspera, una casa junto al mar y momentos llenos de felicidad. Pero esta ligereza se ve brutalmente interrumpida por la llegada de la dictadura militar, que cae violentamente sobre las familias de la izquierda brasileña. La cámara de Salles capta esta transición con rara sutileza, dejando que el miedo se infiltre lentamente en cada plano, en cada silencio, hasta que el capullo familiar estalla.
El arresto del padre, capturado en una escena escalofriantemente sobria, actúa como un punto de ruptura. A partir de entonces, Eunice, interpretada por una magistral Fernanda Torres, se ve obligada a redefinir su papel: de una amorosa esposa, se convierte en una intrépida luchadora, dispuesta a desafiar a las autoridades para encontrar a su marido.
Una banda sonora embriagadora: la música como arma narrativa
Una secuencia clave, en la que un grupo de jóvenes son detenidos por el ejército, ilustra esta maestría musical: el contraste entre la brutalidad de los acontecimientos y el vuelo melódico produce un efecto desgarrador. Salles no sólo muestra el fin de la inocencia de una generación; hace que el espectador lo sienta visceralmente.
El uso de la cámara Super 8 añade una dimensión única a la historia. Más que un simple artificio estético, este dispositivo se convierte en una herramienta de comunicación imprescindible entre los miembros de la familia. Las secuencias filmadas por la hija mayor, Véra, durante su viaje a Inglaterra, dan un respiro a una historia opresiva. También dan testimonio de un vínculo inquebrantable, incluso a distancia, y participan en la construcción de un lenguaje cinematográfico de gran modernidad.
Más allá del aspecto histórico, Salles explora la desestructuración del espacio familiar frente a la opresión. La casa, símbolo de unidad, se convierte en escenario de descomposición, antes de ser abandonada, marcando una ruptura definitiva. Este movimiento, filmado con una sensibilidad conmovedora, ilustra tanto el fin de un mundo como el comienzo de una lucha por la supervivencia.
Fernanda Torres lleva la película con una precisión impresionante. Su actuación, que combina fuerza y fragilidad, da sustancia a una figura emblemática de la resistencia. Ella encarna la memoria y la dignidad, en un Brasil aún marcado por las cicatrices de su pasado.
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