La obra es una de las primeras escritas y dirigidas por el dramaturgo portugués, hoy director del festival de Aviñón. En una sala repleta donde se mezclaban todas las edades, como siempre en el Théâtre du Jura, la obra resonó como una oda al amor y al paso del tiempo.
En un escenario refinado, donde un telón verde contrasta con un suelo salpicado de virutas de madera, un hombre y una mujer dan un paso al frente. Estos dos amantes nos cuentan su historia. Esto comienza con el miedo a perder al otro.
Un texto cincelado, dicho con precisión relojera
La primera canción – así llama Rodrigues a las escenas de su obra – sitúa a los amantes en un momento de crisis, con una estancia en el hospital, un primer cara a cara con la fragilidad de la vida, la realidad de la muerte, la irreversibilidad de tiempo. ¿Qué hacer con el tiempo que nos dan? En el escenario, silba una tetera, como símbolo del tiempo que nos tomamos, que se convertirá también en leitmotiv de la pareja: “¡Tenemos tiempo!”.
La pieza se basa en un texto cincelado, dicho con precisión relojera. Las frases están pulidas, los silencios esculpidos con cuidado; cada palabra, cada respiración, cada vacilación está pensada, ayudando a cautivar la vista y el oído. La historia es un monólogo de amor a dos voces, a veces sincrónico, a veces desincronizado, un reflejo de la relación romántica, hecha de rupturas y acuerdos, cambios y armonías.
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