lo esencial
Claire Weydert es apicultor desde 2018. Una profesión apasionante que vive al ritmo de la floración y las amenazas naturales.
Todo empezó con el café. Claire Weydert se apasionó por las abejas hace más de diez años cuando se encontraba en el mundo de la experimentación con plantas. Durante las conversaciones con compañeros de trabajo, durante los descansos, el tema sale a relucir periódicamente. Le regalaron un primer libro sobre recolectores. Luego consiguió su primer apiario. “Tan pronto como tuve jardín, tuve mi colmena. Luego, de una colmena, quise dividirla para tener dos. Este es el comienzo de lo que ella llama su “cambio de vida”.
Ella cambia su sombrero de ingeniera por el de apicultor. Unas cajas más tarde llegó a Aveyron. Y, cuando rebobina la cinta, la joven madre recuerda los primeros meses, aquí en la aldea de Massebiau, en 2018. En su salón, té en mano, activa el botón de reproducción y deja pasar los recuerdos ante sus ojos. La trashumancia de la colmena. Es hacia este sistema hacia el que se dirige Claire Weydert nada más llegar. Un método que implica “mucha energía y diésel”, confiesa. “Pero que permite seguir las floraciones ya que cada colmenar se mueve entre dos y tres veces al año”. Según el año, puede ofrecer una gama de seis a ocho mieles.
Y hay algo para todos. “Podemos encontrar mieles poliflorales como la de Larzac. Luego otras, monoflorales, como la miel de lavanda o de castaño”, afirma el entusiasta. Estos viajes requieren una logística bien establecida. Con más de 200 colonias, situadas estratégicamente al norte de Montpellier, cerca de Salagou e incluso de Faugères, Claire Weydert debe operar de noche para asegurarse de que todas las abejas han regresado a las colmenas. “No es lo más prudente”, admite el apicultor, aunque bien equipado.
El aspecto físico del trabajo y las importantes horas de trabajo, especialmente en temporada, podrían oscurecer el panorama. Ya que efectivamente, desde marzo hasta el mes de octubre, durante la invernada, Claire Weydert no para.
Avispones, varroa: frente a las amenazas
Especialmente para proteger su herramienta de trabajo: las colmenas. En la profesión, las amenazas son numerosas. Para el apicultor, dos cosas deben tomarse especialmente en serio. Empezando por varroa. Ácaro parásito de la abeja, se reproduce en la cría de la colmena, es decir en todas las ninfas, larvas y huevos protegidos por las obreras. “Están en todas partes todo el tiempo”, según el apicultor cuyo objetivo es mantener las tasas de parasitismo lo más bajas posible para no perjudicar la capacidad de producción de las abejas. “Es un vector de virus. Si se desarrolla en las abejas que van a pasar el invierno, no podrán resistir el frío, explica el ex ingeniero que pone las cosas en perspectiva. Con el tratamiento que uso, que es orgánico, puedo estar satisfecho de no ver muchas ronchas en mi urticaria. »
Otra amenaza es la avispa asiática. Y ahí el apicultor no se muestra tan optimista. El impacto de los avispones se siente especialmente hacia finales del verano, hasta las primeras heladas, lo que obliga en ocasiones a una reorganización importante. “Concretamente, esto me obliga a transhumar ciertos colmenares. Si no fuera por el avispón, los dejaría allí durante el invierno. » Está en duda la capacidad del insecto para debilitar las colmenas, o incluso matarlas, cuando se necesitan abejas vivas para traerlas de regreso al nido. “Y cuando la colonia está débil, puede entrar en la colmena, comerse las reservas de las abejas e incluso ir a ayudarse en la colmena”, lamenta el apicultor. A pesar de estas pocas zonas grises en el encuadre, el gusto de Claire Weydert por el mundo de las abejas no se despertó. Fascinada por la “inteligencia colectiva” de sus recolectores, disfruta observando a cada uno de ellos. A veces exploradores, a veces trabajadores.
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