En el siglo XX, Paula Modersohn-Becker vivía en el pueblo de artistas de Worpswede, cerca de Bremen. Murió a los 31 años. Pintaba en un mundo de hombres cuando, en aquella época, en museos o galerías, había “Hay muchísimos menos expositores que mujeres expositoras, y estas últimas (…) muy a menudo desnudo »como escribe Marie Darrieussecq en Estar aquí es un esplendor. Vida de Paula M. Beckerel libro que dedicó a la artista alemana en 2016. El mismo año, se realizó una exposición en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de París que la reveló al público francés.
Paula M. Becker pinta a los niños y a las campesinas del páramo de Bremen, rara vez a sus maridos, ocupados en el campo y sin poder posar. Aprecia las flores que las modelos sostienen con gracia frente a ellas o que se elevan tan altas como árboles. Se fija a objetos cotidianos (jarrones, tarros, cajitas azules, etc.). Muestra coles, huevos fritos de comidas copiosas y cítricos en tonos vivos. Desde sus cuatro estancias en París, trajo a Worpswede el deseo de una nueva figuración marcada por la influencia de Gauguin, Cézanne, los Nabis o el cubismo venidero. Otto Modersohn, también pintor, famoso “el inmenso sentido del color” de su esposa, pero deplora “pintura llamativa y disonante”. En su investigación formal, Paula M. Becker se sacude el letargo postimpresionista y el Art Nouveau en boga en su país. Prefigura el expresionismo de los años 20. Es una mirada libre. También es la primera mujer en pintarse desnuda.
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