En consecuencia, el recuerdo de estos disturbios preocupa tanto allí como aquí. La violencia de la campaña electoral que termina ha alcanzado un nivel sin precedentes: un aluvión de insultos, mentiras descaradas, amenazas físicas, comentarios sexistas y racistas, e incluso… varios intentos de agresiones. Espectacularmente, Donald Trump escapó por poco de ser baleado. Un partidario del candidato republicano murió y otros dos resultaron gravemente heridos.
Tensiones y preocupaciones en las filas de Donald Trump: “Al leer estas revelaciones, quedó furioso”
El espectro de una nueva violencia resurge a principios de noviembre. Por tanto, la capital estadounidense quedó atrincherada. En otras partes de los estados indecisos, francotiradores y soldados protegieron ciertos colegios electorales y centros de conteo. Incluso antes de la apertura de los colegios electorales y de la publicación de los primeros resultados, Donald Trump ya denunciaba fraudes masivos en las inscripciones. Su equipo se preparó para impugnar la votación si no resultaba ventajoso para ellos. No es sorprendente dada la cantidad de partidarios de Trump que no ocultan que se están preparando para una segunda guerra civil. La trivialización de la violencia la llevan a cabo quienes dicen defender las libertades fundamentales de los estadounidenses, cuando sus oponentes demócratas creen que están protegiendo la democracia.
La desconfianza en el estado federal continúa creciendo ante la fuerte inflación, las fallas del sistema de salud, la inmigración ampliamente cuestionada y las crecientes desigualdades. Más que nunca, Estados Unidos se debate entre dos visiones políticas incompatibles, proyectos sociales e intereses opuestos. La polarización extrema, alimentada por un Donald Trump autoritario y esquivo, no terminará con el resultado de las elecciones. Todo el proyecto estadounidense está ahora en peligro desde dentro.