Autobiografía de una celebridad –
Al Pacino te lo cuenta todo, o casi…
El actor de “El Padrino” y “Scarface” tituló sus memorias “Sonny Boy”, en honor al apodo que le puso su madre.
Publicado hoy a las 12:18 p.m.
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- Al Pacino publica sus memorias, destacando su infancia neoyorquina.
- El actor habla de su adicción al alcohol y refuta su fama de adicto a la cocaína.
- Pacino cuenta su experiencia en el set de “El Padrino”, destacando una sabrosa anécdota.
Aunque Al Pacino todavía ha aparecido en algunas buenas películas en los últimos años, incluida “Érase una vez… en Hollywood” de Tarantino en 2019, el juego de la fama ya está hecho para el actor de origen siciliano. En la conciencia colectiva, sus actuaciones en la trilogía “El Padrino” de Coppola y en “Scarface” de De Palma lo definen por completo.
En sus memorias, recién publicadas en francés, el neoyorquino de 84 años de Beverly Hills es consciente de ello y no se queja. Su fama de adicto a la cocaína en Hollywood le parece injusta (recordemos esta escena en la que Tony Montana mete la nariz en una montaña de polvo) cuando, en cambio, tuvo que luchar contra su adicción al alcohol…
Sus recuerdos, titulados “Sonny Boy”, el apodo que le puso su madre, fallecida cuando él tenía 22 años, resultan refrescantes en más de un sentido. En primer lugar, por el tono adoptado, rayano en la oralidad, que da la impresión de que fue Pacino quien escribió esta incursión en su pasado.
La franqueza del actor.
Luego, por la relativa franqueza allí expresada. El actor probablemente miente por omisión, pero cuando aborda ciertos temas no siempre da el mejor papel, especialmente en sus relaciones con mujeres, por citar sólo a las actrices Jill Clayburgh y Tuesday Weld. No se detiene demasiado en la suiza Marthe Keller, a quien asegura su eterna amistad. Por otro lado, apenas comenta sobre su última paternidad, el año pasado, a la edad de 83 años…
Si cuenta, por ejemplo, cómo estuvo a punto de ser expulsado del rodaje de la primera “El Padrino”, tampoco suma las pequeñas historias del rodaje. Pero esta anécdota es divertida, especialmente para aquellos que han vuelto a ver recientemente el clásico de Coppola.
En su papel de Michael Corleone, Al Pacino pensó que era necesario crear un contraste entre el vástago de antes de la guerra de la mafia y el que se revela como un asesino despiadado una vez que comienzan las hostilidades. Por tanto, interpretó las primeras escenas con una delicadeza algo contenida, que se comprueba en la pantalla, pero que no fue del gusto de los productores ni del cineasta. Fue necesario el rodaje de la escena del crimen en el restaurante para que todos se tranquilizaran: el italoamericano podría ser ese perro loco que todos esperaban.
Energía explosiva
La mayoría de los actores tienen una característica principal, un rasgo que los distingue, al menos en sus primeras etapas, aunque algunos se asientan cómodamente en él durante el resto de su carrera. Al Pacino era energía, esa explosiva capacidad de irradiar de repente. Y esta revelación no le llegó en el cine. En sus memorias se centra en dos mundos alejados del séptimo arte.
Primero, las calles de su infancia, en el sur del Bronx de Nueva York, donde fue criado por su madre y sus abuelos, pero que ya no se atreve a visitar por miedo a no reconocer nada. Reminiscencias de las más fuertes de las que el actor plasma en el papel. Las aventuras en tejados y puentes, los juegos de “ringolevio”, ese juego de policías y ladrones de estos niños neoyorquinos de familias pobres –la mayoría de sus amigos de la época murieron con una jeringa en el brazo–.
De las calles a las tablas
Luego está el mundo del teatro. Podemos olvidarlo, pero Al Pacino no viene sólo del escenario. Siempre volvía allí. Su primera distinción importante, después de la de “estudiante con más probabilidades de triunfar” obtenida en la escuela secundaria, fue un Premio Obie, en 1968 por su vehemente papel en “El indio quiere el Bronx”. Su descubrimiento de Chéjov, pero especialmente de Shakespeare, lo marcó para toda la vida. Interpretó el papel de Ricardo III varias veces antes de producir y dirigir esta fascinante y experimental película “Buscando a Richard” en 1996, un proyecto del que todavía habla con orgullo. Un “Rey Lear” estaría en fase de postproducción…
Según él mismo admite, las calles y el escenario definen a Al Pacino mejor que la mayoría de sus apariciones cinematográficas, a pesar de que siempre tomó en serio su oficio e intentó mejorar las producciones, a veces mediocres, en las que participó. Entre líneas, creemos que no se deja engañar por el éxito de “El Padrino” y “Scarface”, películas que elogia sólo moderadamente, salvo para saludar la actuación de Marlon Brando en el primer episodio de “Coppolian”.
Si pasa como un gato sobre brasas en “Cruising” de Friedkin (“The Hunt”, 1980), una incursión en el mundo gay, se detiene bastante en “A Dog’s Afternoon” (1975) de Lumet, quizás la suya. mejor película, y en “Donnie Brasco” (1997), con un interesante papel de mafioso envejecido donde podemos ver un comentario satírico sobre su carrera como “gángster brillante”.
Sus entrañables memorias, un homenaje a la memoria de su madre, dan en cualquier caso ganas de volver a profundizar en su filmografía y despiertan algunos pesares en todos aquellos que no tuvieron la oportunidad de verlo actuar en un escenario teatral.
«Sonny Boy», Al Pacino, Ed. Seuil, 384 p.
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