Un hombre de cincuenta años que emerge de la noche.

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Don Diego de la Vega (Jean Dujardin) en la serie “Zorro”, dirigida por Jean-Baptiste Saurel. Paramount+

Meta (ficción) capa, tu sombrero y tu máscara, vamos a jugar al Zorro, vamos a jugar con el Zorro. Con todo respeto a Douglas Fairbanks, Tyrone Power o Antonio Banderas, un Zorro los supera en la memoria colectiva, el que interpretó Guy Williams para los estudios Walt Disney, de 1957 a 1961. Fue él quien surgió de la noche, ridiculizó al panzón sargento García y castigó al cruel comandante Monastorio, con la ayuda de su mudo sirviente, Bernardo.

En este microcosmos en blanco y negro (tanto en sentido literal como figurado, en esta California colonial, el bien es perfecto y el mal es infame), Benjamin Charbit y Noé Debré multiplican los experimentos. Envejecen al vengador enmascarado, que de repente envejece dos décadas, se casan con él, le confían responsabilidades políticas y lo abruman con preocupaciones financieras. Por supuesto, habrá duelos de espadas y cabalgatas nocturnas, pero la mayor parte de la energía –considerable– gastada en este proyecto viene a alimentar, no la leyenda del libertador, sino la historia de su crisis de la mediana edad.

Ritmo languidecer

Al poner en escena el tiempo de los arrepentimientos y las dudas, este Zorro pierde inevitablemente su impulso. El ritmo lánguido de la serie, la melancolía que habita en los personajes principales a veces contradice brutalmente lo burlesco de las situaciones, produciendo un objeto incongruente, a veces desconcertante, a menudo encantador.

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Corre el año 1821 en Los Ángeles. Don Diego de la Vega (Jean Dujardin) está a punto de suceder a su padre (André Dussollier) como alcalde de la naciente ciudad. El dulce soñador se ha convertido en un bondadoso terrateniente rebosante de buenas intenciones que lucha por llevar a la práctica. Su esposa, doña Gabriela (Audrey Dana), mira a Don Diego con compasión y exasperación.

Apenas esbozado el retrato de este hombre sin muchas cualidades, aquí está Los Ángeles cayendo bajo el control financiero de Don Emmanuel (Eric Elmosnino), que practica sin escrúpulos la explotación de las masas indígenas. Un poco a regañadientes, Don Diego saca el traje negro de las bolas de naftalina en las que Bernardo (Salvatore Ficarra) lo había conservado. Si esta resurrección permite algunos momentos de bravura, permite sobre todo a esta versión del Zorro trazar una figura geométrica original, el triángulo de dos vértices. Al notar la emoción que el Zorro despierta en su esposa, el doble enmascarado de Don Diego seduce a su propia esposa.

La dramaturgia burlesca que se plantea desde las primeras secuencias hace innecesario hacer preguntas incómodas (por ejemplo, si Doña Gabriela es invidente o tiene problemas de audición). Estos gags, en los que los antagonistas corren uno tras otro por un doble tramo de escaleras con el entusiasmo de los Keystone Cops de antaño, o el héroe tratado como un bulto de ropa sucia por cómplices bienintencionados, dan Zorro Un aroma antiguo y embriagador.

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