La pandemia de COVID-19 ya no es relevante. Las sombrías imágenes del virus han dado paso a escenas de escasez de viviendas y aumento de los precios.
Por supuesto, la vida debe volver a la normalidad. Pero una sociedad no puede atravesar una crisis política, social y sanitaria de esta magnitud y luego actuar como si nada hubiera pasado.
Fractura
Se pronunciaron palabras violentas. Se impusieron medidas extremas. Las familias quedaron destrozadas y la sociedad quedó completamente fracturada. Y, sobre todo, la pesadilla no duró ni unas semanas. Continuó durante varios años.
Entre otras cosas, hemos vivido confinamientos, cierres de escuelas y comercios considerados no esenciales, distanciamiento social, uso obligatorio de mascarillas, restricciones de viaje y de circulación entre municipios, el pasaporte de vacunación, el toque de queda, el rastreo de contactos, la masacre en los CHSLD, la restricción de la asistencia sanitaria a los no vacunados así como, en determinados casos, su muerte profesional y social.
Sin embargo, ninguna sociedad sale ilesa de un episodio tan oscuro y doloroso. La crisis ha redefinido todas las relaciones sociales y ha socavado la confianza que la población deposita en su clase política y sus instituciones. Pero, sobre todo, dejó estigma e incluso trauma.
Coraje
Para realmente pasar página en paz, es esencial una evaluación honesta y exhaustiva. Los gobiernos, junto con todas las partes afectadas por sus políticas, deberían participar en un ejercicio amplio para evaluar la respuesta a la pandemia. Porque ahora que tenemos la necesaria retrospectiva, podemos determinar en particular qué país adoptó el enfoque más eficaz y cuál es el grado real de seguridad y eficacia de las vacunas.
Una autopsia de la crisis es fundamental para evitar repetir los errores cometidos en un contexto de pánico. Pero ¿qué partido tendrá el rigor moral y el coraje para abordarlo?
