La política francesa se ha vuelto esquiva. Después de meses de crisis y del fracaso del Primer Ministro Michel Barnier, todavía nos enfrentamos a amenazas de censura por parte del nuevo gobierno de Bayrou. Para aceptar romper con los Insoumis de Jean-Luc Mélenchon, lo que queda de los partidos socialistas y ecologistas está aumentando vertiginosamente las apuestas.
Al igual que en nuestro caso, la viabilidad del sistema de pensiones de reparto se ve amenazada por la evolución demográfica. Digan lo que digan los demagogos, la aprobación contundente –mediante el procedimiento 49.3– de la reforma defendida por Emmanuel Macron no sólo fue legítima, sino necesaria, vital, pero políticamente costosa. La gran derrota de los macronistas el pasado mes de junio demostró espectacularmente cuán mediocre había sido la pedagogía que acompañó este proyecto de ley.
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