Desde la caída del régimen de Bashar Al-Assad el 8 de diciembre, Rusia ha trabajado para preservar lo que es esencial en Siria. En las negociaciones iniciadas con los nuevos amos de Damasco, los antiguos rebeldes islamistas de Hayat Tahrir Al-Sham (HTC), están en juego dos lugares: la base marítima de Tartous y el aeropuerto de Hmeimim. Desplegado en Siria desde 2015, el ejército ruso utiliza estas dos bases, separadas por 60 kilómetros, como puntos de apoyo logístico para sus operaciones en el Sahel, mientras sus envejecidos aviones de fuselaje ancho no tienen la autonomía suficiente para volar, sin escalas, desde Rusia hasta Libia.
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En caso de expulsión de Siria, el ejército ruso ha reagrupado en los últimos diez días todos sus medios repartidos en una veintena de bases y un centenar de puestos. Grandes convoyes de camiones y vehículos blindados fueron vistos convergiendo en la costa mediterránea, que alguna vez fue un bastión alauita, la minoría religiosa a la que pertenece el clan Al-Assad. El hecho de que esta vasta operación logística haya podido desarrollarse sin incidentes notables demuestra la existencia de coordinación entre el Estado Mayor ruso y HTC, que sin embargo fue objeto de los bombardeos del primero durante nueve años.
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