El actor Vincent Lindon, siempre me da la impresión de haber aceptado el papel de su vida. Cada película en la que actúa -de hecho, no actúa, vive- es la mejor, cada vez que interpreta su papel más magistral. Siempre convence cada vez más.
En Le Choix de Gilles Bourdos, él es este hombre, esa noche, este hombre de un antes y un después existencial. Este hombre se hizo clarividente.
Recibe una llamada telefónica por la noche, en las obras de alto riesgo de un edificio que él supervisa, una llamada de la que no sabemos nada y que entendemos es la de una vida que habrá que revisar. ¿Qué edad tiene este hombre que se ha vuelto sereno en el fondo de su convicción interior? Sesenta años, esa edad en la que se supone que el demonio del mediodía habría desaparecido, si es que alguna vez intervino para hacerle cosquillas al hombre. Sesenta y esa tarde sabemos, en el preciso momento en que recibe esta llamada, que este hombre ya no es el mismo.
Su procrastinación se libera en el hueco del habitáculo de su vehículo, en la autopista, en la circunvalación. En el transcurso de llamadas imprudentes, a veces incluso límite para su seguridad y la de los demás conductores, este hombre, libre de miedo, al que no le puede pasar nada más que la llamada que recibió y por la que lo ha plantado todo y cortado la carretera, el La situación se revela. Complejo. Ni bueno ni malo. Ni de un lado ni del otro. Extraordinario más que binario. El tiempo de un viaje en coche, un lugar propicio para la reflexión y el análisis si los hay, conduciendo amparado por una fuerza superior, permite a este hombre alcanzar su verdad, la de una vida. Ahora muy claro. El peligro ha abandonado el camino de este hombre sensible, sincero, honesto y responsable. Este hombre que pierde y gana todo por igual, como si un lado anulara al otro, igualdad perfecta, ánodo y cátodo, durante un viaje de dos horas en coche.
Este hombre duda de la verdad por primera vez. Lo sabemos porque antes él no sabía que alguna vez había dudado. Por última vez también.
En el coche, por supuesto, habría justificado innecesariamente un desarrollo cuyo misterio se desarrolla interlocutor tras interlocutor, oscilando entre la vida privada y la carrera, elección maquiavélica, el director podría haber incluido en la banda sonora, respirando entre dos llamadas angustiosas, la canción de Étienne Daho: “Boulevard des Capucines”. Incluido en la grabación “Live Salle Pleyel”, creada para el “Obsession Tour”, con títulos tan cinematográficos que podrían haber secuenciado esta impresionante película: “L’invitation”, “Saudade”, “Le grand rêve”, “Obsession” , “Mitómana” y “Promesas”, “Opertura”, “El primer día del resto de tu vida”. Una “Introvitación” para recorrer el camino por el que camina el hombre hacia su destino.
“Para que me concedas tu perdón / sabes qué atrocidad / esta guerra / mi partida / qué error / qué pérdida de tiempo…”
Con las voces de Emmanuelle Devos (Catherine), Pascale Arbillot (Béatrie), Micha Lescot (Damien), Grégory Gadebois (García), que interactúan (entre otros) con Joseph Cross (Vincent Lindon), notablemente solo en el escenario.
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