Kamel Daoud acaba de recibir el premio Goncourt por su último libro huríespublicado por ediciones Gallimard. Pero, ¿qué recompensa realmente este premio hoy? Desafortunadamente, parece haberse convertido menos en una distinción puramente literaria que en un reconocimiento de influencias y, este año, en un gesto político.
No tengo nada que decir sobre el talento literario de Kamel Daoud, que escribió especialmente buenos libros, entre ellos Meursault, contrainvestigaciónsu mejor novela en mi opinión. Lo que más me molesta es el momento de esta recompensa. ¿Podemos creer que ninguna otra novela de este año entre los 500 o 600 títulos de la temporada literaria es mejor que la suya? ¿No podemos encontrar siempre una novela que destaque más?
La reciente decisión del Estado argelino de prohibir las ediciones Gallimard en la Feria del Libro de Argel, como reacción a la publicación del último libro de Kamel Daoud, refuerza la idea de que este premio podría ser una forma de respuesta, o incluso un gesto de solidaridad por parte del Estado. mundo literario hacia el autor y su editor.
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De hecho, el Premio Goncourt ha estado a menudo en el centro de numerosas controversias, y la elección de sus ganadores suscitó a veces fuertes críticas y dejó perplejos a los lectores. Más de una vez, los amantes de la literatura se han sentido decepcionados por lo que parecía una orientación del precio influida por criterios extraliterarios.
En varias ocasiones, el Goncourt ha premiado a autores y obras controvertidas, no por su innegable calidad literaria, sino por su resonancia política o su capacidad para representar una causa concreta. Esta apropiación indebida del premio es decepcionante, sobre todo cuando esperamos encontrar allí la celebración de la literatura en su forma más pura, desprovista de cualquier influencia externa.
Esta tendencia a politizar el Premio Goncourt pone de relieve las porosas fronteras entre arte y política. Por supuesto, la literatura tiene un papel crítico, el de cuestionar e interrogar al mundo. Sin embargo, cuando la distinción literaria suprema se convierte en una herramienta de diplomacia cultural, es legítimo preguntarse si permanece fiel a su misión principal. Este año, la elección de Kamel Daoud, a pesar de su talento, se inscribe en una lógica que podría dar la impresión de que el premio ha estado influido por consideraciones ajenas al ámbito literario.
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Al conceder el premio a Kamel Daoud en este contexto particular, el jurado parece haber tomado una decisión que, si bien puede considerarse un apoyo a los autores y editores frente a la censura, también corre el riesgo de confundir la percepción del público. Este gesto podría reforzar la idea de que Goncourt se ha convertido en una plataforma de mensajes simbólicos. Así, los lectores podrían percibir esta decisión como un acto de solidaridad frente a las restricciones argelinas, pero también como una politización del precio, en detrimento de una valoración puramente artística.
Las controversias anteriores en torno al Premio Goncourt ya muestran las consecuencias de esta deriva. Como premio literario más prestigioso de Francia, el Goncourt debe centrarse en la excelencia literaria y no dejarse llevar por influencias externas. Al abandonar este rigor, el premio corre el riesgo de perder su aura y su credibilidad, y decepcionar aún más a quienes buscan ante todo novelas excepcionales, juzgadas por su calidad estilística, su profundidad narrativa y su capacidad de trascender épocas.
Para restaurar su legitimidad y reducir la impresión de decisiones sesgadas, el Premio Goncourt tal vez debería considerar reformar su forma de operar. Permitir que el público informado participe en la votación podría ser una solución para equilibrar las decisiones del jurado y reducir el impacto de posibles influencias. Un voto de un público informado daría voz a los propios lectores, fortaleciendo la relevancia del premio para su audiencia y añadiendo una dimensión más democrática a la selección del ganador.
Este enfoque también podría ayudar a disipar la percepción de Goncourt influenciado por intereses distintos de los puramente literarios.
Los críticos literarios y los lectores leales han expresado a menudo su deseo de que el premio reafirme su compromiso con una literatura que escape a cálculos políticos o de otro tipo. La responsabilidad del jurado es inmensa: al conceder esta distinción, orienta las opiniones, orienta a los lectores y, a veces, incluso influye en el destino de las obras y de los escritores. Si esta influencia es alterada por lógicas extraliterarias, la ética del premio mismo se ve comprometida y las expectativas del público se traicionan.
En última instancia, somos libres de apreciar el último trabajo de Kamel Daoud por lo que es: una obra de ficción, producto de la imaginación, sin dejarnos influenciar por el giro político de este premio.
Créditos de las fotos:
Por Hassen Jaïed
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