Durante toda la semana, los medios de comunicación dominantes han intentado imponernos la presencia del equipo israelí en el Estadio de Francia como un acontecimiento deseable y han silenciado cualquier crítica a esta operación de blanquear el régimen genocida a través del deporte. Desde hace días, Macron y luego toda una parte de la clase política han anunciado incluso que vendrían a ver este partido, aunque no sea muy glorioso a nivel deportivo.
Pero este jueves 14 de noviembre fue un fracaso absoluto:
- El Stade de France bate el récord de menor asistencia a un partido de la selección francesa. Según la periodista Andréa la Perna, acudieron unos 13.000 espectadores. Las gradas están casi vacías.
- Otros internautas han filmado trenes de metro que conducen al Estadio de Francia, completamente vacíos en el punto de llegada antes del partido, lo que no suele ocurrir nunca.
- Para disfrazar este boicot, los organizadores emitieron una bomba de humo durante los himnos nacionales, para que las gradas vacías no aparecieran en la imagen. Esto es lo que llamamos crear una cortina de humo.
- Esto no impidió que el himno israelí fuera abucheado masivamente, hasta el punto de que la dirección aumentó el sonido.
- El despliegue represivo es asombroso. 4.000 policías, 1.500 azafatas, un helicóptero e incluso un vehículo blindado RAID. Un dispositivo así para tan pocos espectadores tampoco tiene precedentes. Hay casi más uniformados que aficionados. Y un dispositivo así cuesta sin duda varios millones de euros de dinero público.
- Por último, este partido vergonzoso supone una gran pérdida económica para la Federación Francesa de Fútbol. Un espectáculo así es caro en logística, si no hay público, el organizador tiene déficit. Para cubrir sus costes se necesitarían al menos 60.000 personas en las gradas. Con un público tan reducido y unos recursos humanos tan elevados, este partido podría suponer unas pérdidas de unos 3,5 millones de euros, según L’Équipe.
Este evento deportivo es al menos una demostración de la inmensa brecha entre el discurso oficial y el sentido común popular, marcada por la resistencia pasiva.
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