“¿Sabes lo que se siente al ser una promesa? Lo sé. Incluyendo una promesa incumplida. El mayor desperdicio del fútbol: yo”.
En una carta publicada el martes en el sitio web de “The Players’ Tribune”, un día después de la publicación de su autobiografía “Meu medo maior” (“mi mayor miedo”), Adriano, que vivió el apogeo del Inter de Milán a principios del siglo XXI, expresa con palabras su nueva vida, lejos de la notoriedad y la ostentación del fútbol.
Apareciendo varias veces en las últimas semanas en vídeos en las redes sociales que lo muestran aturdido, el exdelantero brasileño niega consumir drogas pero confirma que bebe alcohol a diario. “Siempre voy al mismo lugar en mi barrio, al kiosco Naná. Si quieres conocerme, ven a verme allí”, le dice al lector.
Adriano, que ahora tiene 42 años, pasa sus días en la favela de Vila Cruzeiro, en Río de Janeiro, donde creció. A menudo vive allí con el torso desnudo, en pantalones cortos y descalzo. “Juego dominó, me siento en la acera, escucho música, bailo con mis amigos y duermo en el suelo. También veo a mi padre en cada uno de estos callejones”.
“Mirinho” murió el 3 de agosto de 2004 de un infarto. “Yo tenía 10 años cuando le dispararon a mi padre. Fue baleado por una bala perdida en una fiesta. Le atravesó la frente y se alojó en la nuca. Los médicos no tenían forma de extraerlo. Después de eso, nuestra vida nunca volvió a ser la misma. Empezó a tener frecuentes ataques epilépticos”, explica. De la pérdida de su padre, doce años después de que fuera alcanzado por un disparo, Adriano nunca se recuperó. “A día de hoy es un problema que todavía no he podido resolver”.
En su relato, Adriano recuerda la primera vez que su padre, que había perdido a su padre a causa del alcohol, lo sorprendió con una bebida en la mano. Tenía 14 años. “Llené un vaso de plástico con cerveza. Esta espuma fina y amarga que bajó por mi garganta por primera vez tenía un sabor especial. Un nuevo mundo de “placer” se abrió ante mí (…) Pero mi padre se volvió loco. Me arrebató la taza de las manos y la arrojó a la alcantarilla”.
A los 19 años, cuando descubrió la Serie A, Adriano sólo quería una cosa para su primera Navidad en Italia: regresar con su familia a Brasil para probar los pasteles de su abuela. “Estaba destruido. Esa noche bebí una botella entera de vodka y lloré toda la noche. ¿Qué podría hacer? Por algo estuve en Milán. Era lo que había soñado toda mi vida. Dios me había dado la oportunidad de ser jugador de fútbol en Europa (…) Pero eso no me impidió estar triste.
La vida de un jugador profesional, de una celebridad del fútbol, simplemente no parecía hecha para el hombre apodado elEmperador (el Emperador) a principios de la década de 2000. “Cuando estoy aquí, la gente no sabe lo que hago. “Nadie entendió por qué volví a la favela”, continúa. No es por el alcohol, las mujeres, menos por las drogas. Fue por la libertad. Porque quería paz. Quería vivir y volver a ser humano. Sólo un poquito. Esa es la maldita verdad”.
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