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A pocos días del paso de la depresión meteorológica en Valencia, las cicatrices de la destrucción permanecen: paisajes asolados, ciudades en tensión y una población en busca de respuestas. Este desastre, más allá de sus daños materiales, reveló otro defecto: el de la desinformación, amplificada por las redes sociales, donde se mezclan verdades truncadas y rumores virales.
En tales situaciones de emergencia, la sed de comprensión impulsa naturalmente a los ciudadanos a buscar respuestas. Sin embargo, la información que circula –a menudo inexacta– alimenta la ansiedad colectiva y contribuye a desdibujar aún más las líneas. “El cerebro humano, aunque destacable, tiende a simplificar y evitar la incertidumbre, lo que lo hace vulnerable a información falsa”explica María Fernández-López, investigadora en ciencia cognitiva de la Universidad de Valencia. Este sesgo, llamado “necesita un cierre”empuja al individuo a tranquilizarse ante lo desconocido, a veces a costa de la veracidad de los hechos.
Los estudios de psicología cognitiva muestran que las emociones juegan un papel importante en la forma en que procesamos la información. Cuando un mensaje suscita miedo, sorpresa o indignación, nuestro cerebro tiende a considerarlo creíble, aunque eso signifique omitir una verificación rigurosa. Este proceso se basa en lo que los expertos llaman “vías de procesamiento dual”, primero un análisis emocional rápido, seguido, sólo si es necesario, por un examen crítico.
Cuando las redes sociales alimentan el rumor
En este contexto, las redes sociales resultan especialmente dañinas. La velocidad con la que circula la información aumenta la probabilidad de reacciones apresuradas. Pocas horas después del temporal, informaciones falsas sobre el número de víctimas y previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) inundaron las plataformas. Esta ola de desinformación, combinada con ansiedad, ha llevado a los usuarios de Internet a compartir sin restricciones, creando un círculo de confusión colectiva.
Otro fenómeno, conocido como “sesgo de confirmación”refuerza este proceso. Este sesgo nos empuja a favorecer la información que respalda nuestras creencias, incluso si son erróneas, y a rechazar la que se opone a ellas. Las redes sociales, mediante la creación “cámaras de eco” favorecidos por sus algoritmos, no hicieron más que acentuar esta tendencia, haciendo más plausibles las noticias falsas gracias al efecto masa.
Pensar antes de compartir: un desafío crucial
Si la tormenta de desinformación que siguió a las inundaciones dejó una lección, es la de la importancia de la perspectiva crítica. Tomarse el tiempo para cuestionar nuestras propias reacciones emocionales y verificar la confiabilidad de la información recibida, incluso en una situación de crisis, es un acto de responsabilidad. Cultivar esta vigilancia también significa preservar la integridad de la solidaridad que surgió en respuesta a los daños de la tormenta.
Al confiar en el “necesita un cierre” y al rechazar la facilidad de las emociones, todos pueden contribuir a construir una sociedad más resiliente, capaz de resistir las manipulaciones y ansiedades generadas por la incertidumbre.
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