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Fútbol y guerra, prejuicios culpables

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Hooligans queman una bandera palestina y corean consignas racistas que piden “dejar que las FDI ganen para acabar con los árabes”. ¿Y quiénes, en la inauguración del partido de la Europa League entre el Maccabi Tel-Aviv y el Ajax de Amsterdam, el jueves por la tarde, no respetan el minuto de silencio en homenaje a las víctimas de las inundaciones en España, habiendo este último cometido el error de reconocer la Estado palestino.

Confirmados el viernes por el jefe de policía de Ámsterdam, estos hechos deberían haber sido suficientes para contextualizar los enfrentamientos ocurridos en la capital holandesa. Extremadamente brutales, estos hechos exigen la condena, como cada vez que hay violencia en el deporte.

¿De ahí a calificarlos de “pogromos” y “explosión antisemita”, como lo hicieron el alcalde de Ámsterdam y las cancillerías occidentales, así como –igual que él mismo– el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu? Difundida al unísono por las agencias y los grandes medios de comunicación, la acusación ignora las provocaciones de los hooligans del Maccabi, famosos por su ultraviolencia. Las imágenes demuestran organización militar y determinación de luchar, apuntando a cualquier expresión de solidaridad con Palestina.

Derribar a un hombre al suelo, como fue el caso contra los partidarios israelíes, no es en modo alguno justificable. Pero alimentar la fusión entre el extremismo sionista y el judaísmo es tan peligroso como irresponsable. Las voces judías, cada vez más numerosas, están alarmadas. Condenan los crímenes cometidos en su nombre en Medio Oriente y afirman que Israel, radicalizado por Netanyahu y sus ministros supremacistas, “pone a los judíos en peligro”, como lo hizo el investigador israelí del Holocausto Raz Segal, en una columna publicada por Revista Tiempo.

La violencia del jueves pasado en Ámsterdam se produce en el contexto de la aniquilación de Gaza. La ONU confirma lo que ya sabíamos: casi el 70% de las muertes son mujeres y niños. En trece meses de bombardeos israelíes, más de 43.000 personas han perdido la vida, sin duda muchas más si contamos los desaparecidos y las muertes que se producirán por enfermedades, desnutrición y traumas. Por no hablar del Líbano, atacado a su vez, y de Cisjordania, donde la colonización continúa con su procesión de expropiaciones y violencia. Resultados espantosos y un reconocimiento del fracaso que debería alentar a los gobiernos y al personal editorial a revisar urgentemente sus prejuicios. Empezando por no echar más leña al fuego transmitiendo sin matices propaganda de odio al servicio de la guerra.

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