La elección de la ONU de celebrar la COP29 en Azerbaiyán plantea una pregunta obvia: ¿cómo puede un régimen autoritario, el 90% de cuyas exportaciones provienen de hidrocarburos, ser un anfitrión creíble en la lucha por la justicia climática?
Publicado a las 0:45 a.m.
Actualizado a las 9:00 a.m.
Eloise Gagne
Estudiante de maestría en asuntos públicos e internacionales en la Universidad de Montreal
Human Rights Watch, en un informe de octubre de 2024, denuncia una vez más el desastroso historial de derechos humanos de Azerbaiyán. Durante años, este país ha reprimido implacablemente a los medios de comunicación, activistas y críticos de su gobierno. Sin embargo, aquí es donde se celebrará a partir del 11 de noviembre la COP29, una cumbre que se supone promoverá la cooperación internacional en la lucha contra el cambio climático.
Esta elección de las Naciones Unidas (ONU) plantea una pregunta obvia: ¿cómo puede un régimen autoritario, el 90% de cuyas exportaciones provienen de hidrocarburos, ser un anfitrión creíble en la lucha por la justicia climática? Esta realidad económica ya plantea dudas sobre las motivaciones detrás de esta elección.
Críticas sofocadas
Pero aún más alarmante es el trato reservado a las voces disidentes. Los activistas medioambientales y los defensores de los derechos humanos son detenidos periódicamente por cargos espurios, lo que impide cualquier creación de contrapoder.
El arresto en abril de 2024 de Anar Mammadli, un destacado activista, es un ejemplo evidente. ¿Su crimen? Habiendo cofundado una asociación para defender las libertades civiles y la justicia ambiental. Ahora se enfrenta a ocho años de prisión bajo el pretexto de “contrabando”.
Las restrictivas leyes de prensa de Azerbaiyán y las protestas pacíficas reprimen cualquier forma de crítica. Los periodistas viven bajo constante amenaza de encarcelamiento o exilio, lo que lleva a una autocensura generalizada.
Las consecuencias para la COP29 son graves: si los activistas no pueden expresarse libremente, se compromete la integridad misma del evento.
Como señaló Agnès Callamard, Secretaria General de Amnistía Internacional, “para que este foro tenga un impacto real, las ideas y opiniones deben poder circular libremente – no sólo las de los delegados estatales, sino también las de los actores cívicos independientes que impulsan el cambio climático. justicia y derechos humanos, tanto a nivel local como internacional”. Organizar una cumbre ambiental en un país que silencia a sus críticos plantea una cuestión ética importante.
La represión en Azerbaiyán también ha aumentado en el período previo a la COP29. Según Amnistía Internacional, se estima que hay más de 300 presos políticos. Sus condiciones de detención a veces violan sus derechos más fundamentales.
La COP, que se supone encarna la justicia climática, se encuentra así en desacuerdo con sus propios principios. Defender el planeta ignorando las violaciones de derechos humanos parece incongruente. Al elegir anfitriones como Azerbaiyán, Egipto (COP27) o los Emiratos Árabes Unidos (COP28), la ONU envía un mensaje ambiguo: ¿la lucha por el medio ambiente está desconectada de la lucha por la justicia social?
Varias ONG ya han pedido la liberación de los presos políticos y la libre participación de activistas medioambientales en la COP29. Sin embargo, a pocos días del evento, estas demandas siguen siendo ignoradas.
Un país que persigue a sus ciudadanos y reprime la libertad de expresión no puede desempeñar un papel creíble en el movimiento por el desarrollo sostenible. Las elecciones de los países anfitriones de eventos de esta escala son altamente simbólicas. Al elegir regímenes autoritarios, la ONU compromete la integridad misma de estas conferencias y envía una señal contradictoria sobre las prioridades internacionales.
Es hora de repensar estas opciones. Proteger el espacio cívico y colocar los derechos humanos en el centro de las discusiones ambientales es una necesidad. Establecer criterios estrictos para seleccionar a los futuros anfitriones teniendo en cuenta al mismo tiempo el respeto de las libertades fundamentales enviaría una señal contundente: no podemos proteger a uno en detrimento del otro. Es en la pluralidad de voces y en la protección de los espacios de libertad donde se debe librar la batalla por el clima.
¿Qué opinas? Participa en el dialogo.
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