Marie-Hélène Miauton
columnista
Publicado el 3 de noviembre de 2024 a las 11:13. / Modificado el 3 de noviembre de 2024 a las 11:14.
En viaje oficial a Marruecos, el presidente Macron habló ante las dos Cámaras del Parlamento reunidas para la ocasión. No dejó de castigar, como se ha convertido en una desastrosa costumbre entre los europeos, el pasado culpable de su propia civilización y glorificar el de su anfitrión. Comenzó recordando que: “la arrogancia y la fuerza mecánica de los Estados europeos se impusieron en los cuatro rincones del mundo. Y, incluso como protectorado, Marruecos no escapó a las ambiciones y la violencia de la historia colonial”. Esto se puede entender, evidentemente, pero no seguido de esta otra afirmación: “Los años de Al-Andalus hicieron de España y del sur de Francia un caldo de cultivo para el intercambio con vuestra cultura. La Giralda de Sevilla, las iglesias azules y los ornamentados patios del Sur siguen siendo el suntuoso testimonio arquitectónico”.
Así, cada pocos minutos, Emmanuel Macron condena el colonialismo francés pero alaba el de los árabes, ciegos ante la simetría entre las dos épocas. A partir del año 634 se inició la expansión del Islam por parte de jinetes árabes en Siria, Egipto, Irán, el Cáucaso y la India. Entonces serán el Magreb y España donde la liberación no llegará hasta 1492, es decir, después de 780 años de ocupación extranjera salpicada de revueltas severamente reprimidas. El período llamado “Al-Andalus”, aquel en el que los árabes se asentaron en la mayor parte de España y en la costa mediterránea de Francia, fue, por tanto, también el resultado de una invasión, ni más suave ni menos violenta que la de los colonizadores europeos en el siglo XIX. siglo en la otra dirección. Expresa la arrogancia de un conquistador decidido a apoderarse de toda la península europea por la fuerza de las armas.
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