La guerra entre Israel y Hezbollah no es sólo una confrontación cara a cara. Además de los civiles libaneses, un tercer actor está en el centro de la agitación: la ONU. Las Naciones Unidas tienen varios miles de cascos azules en la frontera.
Desde 2006, esta fuerza, la FPNUL, tiene el mandato de controlar el cese de las actividades militares entre los protagonistas. Esta misión fue aceptada en su momento por el gobierno israelí. Pero el domingo 13 de octubre, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu exigió que la FPNUL diera marcha atrás. Quiere que su ejército pueda maniobrar como quiera en territorio enemigo. La presencia incluso pasiva de fuerzas de paz constituye una vergüenza. Además, observan e informan lo que ven a la ONU todos los días, informando a toda la comunidad internacional.
A pesar de los riesgos que implica, es importante que las “fuerzas de paz” permanezcan donde están. De hecho, representan un obstáculo para la guerra total que Benjamín Netanyahu tal vez quiera librar. Además de su campaña de ataques aéreos, el ejército israelí se limita actualmente a incursiones en zonas controladas por Hezbolá, donde encuentra una fuerte resistencia. Pero podría intentar destruir permanentemente los arsenales y la infraestructura de su enemigo, como hizo contra Hamás en la Franja de Gaza. Esto conduciría a una escalada formidable. Pero hay que romper con esta lógica.
“La guerra es una ilusión”, Recordó el Papa Francisco el domingo: ilusión de poder y seguridad. Nunca traerá una paz duradera por sí sola. La ONU debe ayudar a romper el círculo vicioso de violencia en Medio Oriente.
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