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“Seguimos defendiendo un sistema judicial que nos decepciona constantemente”

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Anjali Boyramboli, psicóloga y “lectora” de módulos de psicología y psicología clínica.

El “Tribunal de Menores” de Maurice está bajo fuego. Las acusaciones de mala gestión de expedientes sensibles y de retrasos recurrentes ponen de relieve disfunciones preocupantes. La supuesta interferencia política empeora la situación y socava el acceso a la justicia de los niños vulnerables. Este escándalo pone de relieve los defectos sistémicos de una institución que se supone debe defender los derechos de los más frágiles de nuestra sociedad, exponiendo así las realidades más oscuras del sistema jurídico de Mauricio. Durante este intercambio con el Dr. Anjali Boyramboli, psicólogo y “lector” de los módulos de psicología y psicología clínica, exploramos las razones profundas de esta disociación entre el sistema judicial y las realidades humanas.

¿Por qué las víctimas y sus familias a menudo se ven sumidas en la angustia y la desesperación ante la justicia de Mauricio?

En mis sesiones clínicas de los últimos diez años he notado un aumento de este tipo de casos, aunque llevo 24 años ejerciendo como psicóloga clínica. Las víctimas y los perpetradores suelen ser familiares, vecinos o profesores privados. Las personas no tienen el valor de hablar y denunciar, porque, en primer lugar, las banalizan o, en segundo lugar, las acusan de haber inventado el asunto o, en tercer lugar, lo que es aún más doloroso, son principalmente madres del lado de la agresor que oculta los hechos alegando que la víctima miente por otros intereses.

Así, las víctimas se muestran reacias a denunciar debido, en primer lugar, a la vergüenza para la familia, en segundo lugar, al miedo a represalias y reacciones violentas por parte de la familia y, en tercer lugar, a menudo son rechazadas, especialmente las mujeres divorciadas y las madres solteras. . Incluso aquellos que se atreven a dar el paso son disuadidos de los primeros pasos para presentar una denuncia por parte de la policía, que a menudo les pide que resuelvan el asunto en el seno de las familias. En cuanto a los abogados, muchos cobran los honorarios completos y luego aconsejan a las víctimas que lleguen a un acuerdo familiar con el atacante. De esta manera, muchas víctimas y sus padres se encuentran destrozados en Mauricio.

¿Qué significa esta disociación de la que usted habla en términos psicológicos?

La disociación es un mecanismo de defensa. Cuando alguien experimenta un trauma, puede desconectarse de la realidad para protegerse. Este fenómeno se aplica no sólo a los individuos, sino también a las instituciones. Los tribunales se convierten en espacios donde la verdad parece mantenerse a distancia y los interminables procedimientos contribuyen a esa disociación colectiva, donde los hechos se olvidan y las víctimas se deshumanizan.

¿Crees que esto es intencional?

Esto puede parecer cínico, pero es legítimo plantear la pregunta. ¿Se está apretando el tiempo para desanimar a las víctimas y hacer que abandonen su búsqueda de justicia? Lo cierto es que estos retrasos debilitan la voluntad de las víctimas y de los familiares y, al final, la sociedad poco a poco va olvidando estos crímenes.

¿Qué pasa con la impotencia aprendida? ¿Se aplica este concepto aquí?

Absolutamente. La impotencia aprendida, teorizada por Martin Seligman, describe un estado en el que los individuos llegan a creer que no tienen control sobre su situación. Esto explica por qué tantas víctimas optan por no denunciar. La sociedad mauriciana está imbuida del miedo a ser difamada o rechazada y este miedo lleva a la resignación. ¿Por qué luchar si el sistema parece diseñado para quebrarlo?

¿Cuál es el lugar de las instituciones en este fenómeno? ¿Son responsables?

Las instituciones, ya sea el Parlamento o los tribunales, desempeñan un papel central. Tendemos a atribuir a estas instituciones una especie de autoridad inalcanzable. Se les percibe como entidades alejadas de la realidad cotidiana y esto refuerza un sentimiento de despersonalización. El poder parece lejano de los ciudadanos y las víctimas se convierten en peones de un juego donde sólo los poderosos entienden las reglas.

¿Podemos hablar de un síndrome de Estocolmo institucionalizado?

Es una metáfora interesante. El síndrome de Estocolmo se caracteriza por el vínculo emocional de la víctima con su abusador. En Mauricio, esto se aplica a las instituciones. Seguimos defendiendo un sistema judicial que nos decepciona constantemente. ¿Por qué esta lealtad ciega? Quizás porque estamos atrapados en este ciclo tóxico, donde terminamos aceptando el silencio y la injusticia como algo normal.

¿Qué papel juega el Director del Ministerio Público (DPP) en este sistema?

Se supone que el PPD es un baluarte de la justicia, independiente de cualquier influencia. Sin embargo, muchos ciudadanos sienten que sus decisiones están politizadas. Los asuntos que afectan a los aliados del gobierno a veces parecen desaparecer misteriosamente. Esta percepción erosiona la confianza en el sistema de justicia y refuerza la idea de que la justicia es manipulada por fuerzas políticas invisibles.

¿Está la sociedad mauriciana condicionada a permanecer en silencio ante estos abusos?

Eso parece. Cada vez que alguien se atreve a denunciar abusos, rápidamente queda desacreditado. Esto funciona como el condicionamiento pavloviano: asociamos la denuncia con represalias, ya sean mediáticas o sociales. El miedo a perder el propio estatus o a ser marginado conduce a la autocensura.

¿Qué pasa con el “Tribunal de Menores”? ¿Es realmente efectivo?

En teoría, el Tribunal de niños Debería ser un espacio seguro donde se protejan los derechos de los menores. Pero en realidad, cuando un niño habla en contra de figuras influyentes, parece que lo silencian. Esto refuerza la idea de que ciertos delitos son intocables. Si el tribunal no puede proteger a los más vulnerables, ¿de qué sirve?

¿Qué podemos hacer para cambiar esta situación?

El cambio sólo se producirá cuando estas verdades incómodas se expongan y discutan abiertamente. La justicia no debería ser un lujo reservado a una minoría privilegiada. Es hora de que la sociedad mauriciana se dé cuenta de la magnitud del problema y exija un sistema de justicia que atienda a todos los ciudadanos de manera justa. La justicia de Mauricio parece desconectada de su misión principal. Si queremos un futuro en el que las víctimas sean escuchadas y los delincuentes ya no prosperen en las sombras, es crucial hacer las preguntas correctas y romper el silencio que asfixia nuestro sistema.

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