En Pikine, un martes por la mañana después de una fuerte lluvia, las mujeres se esfuerzan por preparar el almuerzo a pesar del vertiginoso aumento de los precios. Diary, habitual de un puesto a pocos metros de su casa, lamenta que un kilo de cebolla cueste ahora 900 francos CFA, mientras que el de patatas alcanza los 1.000 francos. “No sólo han aumentado estos alimentos, sino que todo se ha encarecido”, lamenta.
Otro cliente, encontrado de camino al mercado del Zinc, confirma esta realidad. “Verduras, carnes, pescados, todo es demasiado caro. Para tener una simple zanahoria o una col pequeña, hay que pagar entre 200 y 300 francos”, añade, frustrada por no haber encontrado ninguna reducción después de haber visitado varios puestos.
Las propias vendedoras luchan por atraer clientes. Fatou, instalada detrás de su puesto de verduras bien abastecido, sigue esperando desesperadamente compradores. “Todo es caro, la gente no tiene dinero”, se lamenta. Otra vendedora, más optimista, espera que los clientes lleguen más tarde, pero también reconoce la dificultad de la situación.
Sin embargo, el contraste es sorprendente entre los vendedores de cebollas, como Diallo, que pela y prepara bolsas de rodajas de cebolla para las numerosas mujeres que esperan delante de su puesto. “Aunque sea caro, compramos, porque no hay otras soluciones”, explica un cliente, refiriéndose también a la subida de los precios de la carne y el pescado, imprescindibles para preparar un buen “Thiebou dieune”.
El precio del kilo de carne de vacuno supera los 4.000 francos y el de un pescado de calidad oscila entre 2.500 y 3.000 francos. Sin embargo, el pasado mes de junio, las autoridades prometieron hacer de la lucha contra el elevado coste de la vida una “prioridad urgente”. Aunque se han observado reducciones en el azúcar, el arroz, el aceite y el pan, estas medidas están resultando insuficientes frente a una inflación galopante que asfixia a los hogares.
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