Seis semanas después de la caída de Bashar Al Assad, 200.000 sirios regresaron a su país. Esto es poco comparado con los siete millones que huyeron de la dictadura y la guerra civil. Incluso entre los desplazados internos, regresar a sus hogares suele ser imposible, ya que barrios enteros han quedado devastados. Por lo tanto, la mayoría de la población sigue en modo de supervivencia, sin esperanzas de mejorar su suerte en un futuro próximo.
Además, la economía siria está por los suelos. El Banco Mundial estimó el año pasado que el producto interno bruto se había contraído un 84% en trece años. El país sigue dividido entre regiones que se comunican poco entre sí o que siguen controladas por diferentes facciones. La industria está destrozada, el comercio colapsado, la administración está indefensa. El presupuesto de reconstrucción se estima en varios cientos de miles de millones de euros.
Ante este desastre, es urgente actuar. La Unión Europea, geográficamente cercana, debe desempeñar su papel. Acaba de anunciar la liberación de 235 millones de euros en ayuda humanitaria. Esto es importante, pero para recuperarse el país necesitará un levantamiento de las sanciones internacionales que lo restringen. La ONU ha hecho un llamamiento urgente en este sentido.
El próximo lunes, los 27 países de la UE lo debatirán con vistas a relanzar los servicios bancarios y financieros. Su actitud es cautelosa, porque el nuevo poder en Damasco proviene de un movimiento yihadista. La ONU y los europeos quieren garantizar que su cambio no sea sólo aparente y que respete los derechos de las mujeres y las minorías. El camino es estrecho, pero debemos recorrerlo con decisión. Para que los sirios puedan revivir y su país se convierta en un centro de estabilidad.
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