Mientras respiremos, estamos vivos. Y de esa respiración, Pedro Almodóvar extrae el impulso vital de una película increíblemente vivaz. La muerte, esta compañera lejana, es una línea en el horizonte: una bendición lenta que emerge, discreta e ineludible. Espera, inmóvil, en “la habitación de al lado”, donde una mujer serena ha quedado citada con ella.
Retrato de mujeres y almas.
Pero mientras tanto, todo arde con intensidad en el presente: una casa bañada en calma, bajo un cielo despejado, resuena con los últimos ecos de la vida, plena, bella, casi sagrada. Al borde de la existencia, al final del gran viaje, los recuerdos se repliegan sobre sí mismos. Lo que experimentamos, lo que nos perdimos, lo que podríamos haber amado más: las alegrías y los arrepentimientos.
El derecho a morir con dignidad encuentra un eco poderoso en este frágil y luminoso retrato de mujeres y almas. Tilda Swinton interpreta a la mujer enferma, consumida pero digna, mientras Julianne Moore le ofrece el tierno espejo de la amistad infalible.
Todo en delicadeza
Hay una melancolía infinita en estos momentos robada a la finitud, a la soledad y la desesperación, también al dolor, pero vestida de luz. Porque con Almodóvar hasta el negro siempre se adorna con colores distintos; lo rápido está ahí. En el horizonte, el mundo retumba y se desmorona, el clima se calienta, las almas se desintegran, pero el final se percibe como una armonía redescubierta en el umbral de una vida imperfecta, desordenada, pero extrañamente perfecta. Todo en esta límpida película rezuma delicadeza: la modesta puesta en escena, las magistrales actrices, Tilda Swinton, la silueta frágil y radiante, Julianne Moore, la tierna y preciosa amiga. Es hermoso, sublime y desgarrador.
“La habitación de al lado” de Pedro Almodóvar, en cines desde este miércoles 8 de enero. Duración: 1 hora 47 minutos.
