“The Room Next Door”, música de cámara, música de la vida

“The Room Next Door”, música de cámara, música de la vida
“The Room Next Door”, música de cámara, música de la vida
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“Cayó sobre la oscura llanura central, sobre las colinas sin árboles, cayó suavemente sobre la ciénaga de Allen y más lejos, al oeste, cayó suavemente sobre las olas rebeldes y oscuras del Shannon. También cayó en cada rincón del aislado cementerio, en la colina donde yacía enterrado Michael Furey. Se había acumulado en las cruces retorcidas y en las lápidas, en las puntas de lanza de la pequeña puerta, en la maleza despojada. Su alma se fue apagando poco a poco mientras escuchaba la nieve extenderse débilmente por todo el universo como al llegar la última hora sobre todos los vivos y muertos.

La nevada al final del último de los cuentos que componen El pueblo de Dublín de James Joyce es una de las cosas más bellas jamás escritas, una de las más dulces, más justas y más tristes. Uno de los más humanos. Lo mismo ocurre con la escena final de Gente de Dublín, la última película de John Huston, fielmente adaptada del libro, y donde resuenan estas palabras.

Resuenan de nuevo en el vigésimo tercer largometraje de Pedro Almodóvar. Y de repente parece una obviedad, que nada tiene que ver con una cita o una referencia cultural. Es como si lo más precioso, pero bastante subterráneo, y que corría bajo las apariencias provocativas de la obra del cineasta de Tout sur ma Mère y Parle avec elle, encontrara la perfección de su expresión.

Marta, una gran reportera de guerra, morirá de cáncer. A petición suya, la acompaña hasta el final, momento que ella elegirá, su amiga de toda la vida, la exitosa escritora Ingrid.

Que, para contar la historia de este viaje de las dos mujeres con tan aguda y delicada precisión, Almodóvar tuviera que abandonar España sugiere cómo su merecido puesto como el mayor cineasta español en activo, asociado a ciertos temas y ciertos estilos, había podido…

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