Las felicitaciones de Año Nuevo son un ritual universal, pero su modo de transmisión ha evolucionado radicalmente a lo largo de las décadas. Antiguamente se intercambiaban en forma de postales cuidadosamente escogidas y escritas a mano, luego migraron a las llamadas telefónicas a través de teléfonos fijos, antes de pasar al formato SMS a través de nuestros teléfonos móviles. Hoy en día, estos deseos se transmiten principalmente a través de aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp, a veces enriquecidas con vídeos generados por inteligencia artificial (IA), ¡y a veces incluso incluyen mensajes personalizados de Papá Noel para niños! Esta evolución, aunque en apariencia tecnológica, es también un reflejo de las transformaciones más profundas de nuestras sociedades. ¿Qué dicen estos cambios sobre las conexiones humanas, la economía digital y el lugar cada vez mayor de los algoritmos en nuestras vidas?
El fin de una era: de las postales a los mensajes de texto
La postal, que alguna vez fue un símbolo esencial de las felicitaciones de fin de año, ha visto colapsar su uso. En Francia, el número de postales enviadas aumentó de varios cientos de millones a alrededor de 330 millones por año en 2023, o una media de 7 tarjetas por habitante, frente a 54 en el Reino Unido. Este repentino descenso tuvo repercusiones económicas notables: La Poste vio cómo esta actividad, antes esencial, se volvía marginal en sus ingresos. La empresa Cart’Image, actor histórico del sector, vio cómo las postales representaban menos del 10% de su facturación, frente al 60% a principios de los años 2000.
Los SMS también experimentaron un espectacular auge antes de ser suplantados por la mensajería instantánea. En 2012, se enviaron más de 20 mil millones de mensajes de texto cada día en todo el mundo. Pero a partir de 2018, esta tendencia se revirtió con un descenso regular, en beneficio de aplicaciones como WhatsApp, Telegram y otras. En Francia, según Arcep, el uso de SMS cayó un 10% en 2023 respecto al año anterior. Esta caída representa una pérdida significativa para los operadores telefónicos, para quienes los SMS constituían una fuente estable de ingresos.
Estas transiciones ilustran una observación simple pero inevitable: la tecnología digital está aplastando todo a su paso, incluido el empleo, y los modelos económicos tradicionales están desapareciendo o adaptándose bajo su presión.
El auge de las plataformas y el espejismo de lo gratuito
Con el dominio de la mensajería instantánea, el panorama de las felicitaciones de Año Nuevo ha experimentado una profunda transformación. WhatsApp, propiedad de Meta, tiene ahora más de 2 mil millones de usuarios en todo el mundo. Si la aplicación se presenta como gratuita, sus ingresos provienen esencialmente de la explotación de los datos personales de los usuarios. Según un estudio de Business of Apps, Meta generó 116 mil millones de dólares en 2022, incluidos 113 mil millones de dólares (o el 97,5% de sus ingresos) de publicidad dirigida.
La idea de gratuidad es, por tanto, una ilusión cuidadosamente mantenida. Cada mensaje enviado, cada foto compartida, cada deseo intercambiado es una mina de oro de información para las plataformas. Estos datos no sólo nos permiten comprender mejor los hábitos de los usuarios, sino también predecir su comportamiento. A través de esta monetización invisible, los propios consumidores se convierten en el producto.
Sin embargo, esta estrategia no está exenta de críticas. Recientemente, Irlanda multó a LinkedIn con 310 millones de euros por violar el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR). Esta decisión pone de relieve una paradoja fundamental: nuestros mensajes personales, que creemos inofensivos o íntimos, son en realidad datos explotados con fines comerciales.
La IA y las preocupantes perspectivas del “Gran Hermano comercial”
La inteligencia artificial está marcando el comienzo de una nueva era en el negocio de las felicitaciones de Año Nuevo. Hoy en día, las aplicaciones permiten generar vídeos de saludo personalizados, con una calidad casi profesional, en pocos segundos. Pero la IA no sólo mejora la apariencia de nuestros mensajes: transforma su esencia misma.
Al analizar el contenido compartido, las plataformas pueden detectar tendencias globales en tiempo real. Por ejemplo, los intercambios de saludos se convierten en una base para evaluar la moral de los consumidores, identificar sus aspiraciones o incluso pronosticar tendencias importantes en sectores como la moda, la electrónica o el automóvil.
Lo que es aún más preocupante es que esta recopilación masiva de datos ya no se utiliza sólo para rastrear los hábitos de consumo. Ahora se está avanzando hacia la manipulación activa de las tendencias. Los algoritmos, una vez observadores, se convierten en prescriptores. Sugieren, incitan e influyen en el comportamiento, creando una forma de dependencia de las recomendaciones.
Este cambio hacia un “Gran Hermano comercial” plantea importantes cuestiones éticas. Cada individuo, seguido, rastreado y observado, se convierte en un objetivo móvil en un mercado donde la oferta precede a la demanda. Esta intrusión, aunque invisible, corre el riesgo de redefinir profundamente la noción misma de libre albedrío. Hoy en día, esto se utiliza principalmente con fines comerciales, pero ¿qué pasará cuando nuestros datos se utilicen para definir y gestionar políticas públicas? ¿Cómo podemos garantizar, por ejemplo, la equidad en la atención si depende de nuestra “puntuación” digital y de las solicitudes realizadas en las redes? ¿Seremos penalizados por haber consultado sitios de venta de cigarrillos electrónicos, por ejemplo?
Un futuro híbrido entre tecnología y humanidad
Frente a estos acontecimientos, parece estar surgiendo un contramovimiento. Cada vez son más los consumidores que expresan su hartazgo digital y buscan formas de desconectar. Esta necesidad de desconexión abre un mercado prometedor: el del silencio digital.
Productos como el minimalista “Light Phone”, que sólo permite llamadas y mensajes de texto esenciales, están disfrutando de un éxito creciente. También están en auge los retiros desconectados, en los que los participantes dejan sus dispositivos durante unos días. Este mercado de desconexión, aunque emergente, refleja una conciencia colectiva de los efectos nocivos de la tecnología digital sobre el bienestar.
Así, si el negocio de las felicitaciones de Año Nuevo ilustra los cambios tecnológicos y económicos de nuestro tiempo, también muestra que los humanos, en su búsqueda de autenticidad y significado, nunca podrán ser completamente suplantados por la máquina. El desafío para el futuro será encontrar un equilibrio entre la innovación tecnológica y la preservación de las conexiones humanas, de modo que el progreso realmente sirva al interés colectivo.
En última instancia, el negocio de los saludos es sólo un espejo de nuestra sociedad: en constante evolución, pero siempre guiado por profundas aspiraciones de conectarse –verdaderamente– con los demás.
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