Diplomacia: petróleo en las venas, dólares en el cerebro

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En el gran teatro de la geopolítica contemporánea destaca un género fascinante de actores, tanto por su arrogancia como por su vulnerabilidad. Estos son los estados rentistas del petróleo, cuya diplomacia es una extraña danza entre la dependencia y la ilusión de poder.

Son como esa gente que cree que se puede comprar el amor con billetes, sólo que aquí el amor se sustituye por anillos de boda y los billetes por petrodólares. Pero ¿qué sucede cuando la anualidad desaparece o el mercado flaquea? Lo único que queda es petróleo en las venas y dólares en los cerebros, lo que da como resultado una diplomacia basada en ecuaciones muy simples: cuánto cuesta y cuánto dura.

Petróleo crudo, reflejo crudo

En estos países, los recursos naturales parecen dictar no sólo las políticas internas, sino también las estrategias internacionales. Durante los años buenos, cuando el petróleo coqueteaba con los 100 dólares por barril, los líderes se transformaron en arquitectos de una diplomacia depredadora: alianzas estratégicas, financiación de proyectos prestigiosos, comprados con miles de millones de dólares. El petróleo se convierte en un instrumento de poder, una moneda de cambio que, paradójicamente, muchas veces acaba volviéndose contra quienes creen en su estabilidad.

Pero tan pronto como los precios bajan, la fachada se derrumba. La influencia adquirida a través de estos jugosos contratos desaparece tan rápidamente como una lluvia de arena en el desierto. Los millones invertidos en sociedades temporales están demostrando ser tan volátiles como los recursos que se supone deben preservar. La diplomacia basada en petrodólares no perdura en el tiempo; es una relación de subordinación, siempre frágil, siempre dependiente.

Cuando los oleoductos reemplazan a los diplomáticos

Tomémonos un momento para observar la diplomacia de estos estados. En tiempos de abundancia, el petróleo actúa como una corona y los líderes se erigen en príncipes modernos, dispuestos a comprar los favores de aliados más poderosos o más necesarios. Una firma aquí, un cheque allá y, de repente, la escena internacional parece estar bajo su control. Pero detrás de las sonrisas y los apretones de manos se esconde una verdad menos glamorosa: la “diplomacia” de estos países a menudo depende de un solo recurso y es vulnerable a los caprichos de un mercado que no podemos controlar.

En tiempos de crisis económica o caída de precios, estos países se encuentran pidiendo apoyo militar o diplomático. La gran ironía es que la fuente de su poder es el petróleo, pero no les permite construir un poder diplomático duradero. Los oleoductos que tanto aprecian reemplazan a los diplomáticos y, sin embargo, siguen siendo incapaces de generar una influencia geopolítica real.

La diplomacia de la transacción

No hay diplomacia más cínica que la de pura transacción. Mientras otros países buscan influencia basada en valores compartidos o alianzas estratégicas duraderas, la diplomacia del petrodólar es un juego de números y contratos.

Una promesa de infraestructura aquí, financiación de campañas allá, todo a cambio de “lealtad”. Pero esta lealtad no tiene una base sólida. Es sobre todo un producto de los ingresos petroleros, un producto sustituto de una verdadera visión estratégica.

Lejos de construir relaciones duraderas de confianza, esta diplomacia transforma al extranjero en un socio temporal, un interlocutor al que hay que halagar para mantenerlo bajo control. Pero estas “asociaciones” se desmoronan tan pronto como el dinero escasea. Los proyectos de prestigio, las cumbres diplomáticas y las inversiones en infraestructuras grandiosas nunca son más que cortinas de humo destinadas a enmascarar una debilidad más profunda: la ausencia de una estrategia geopolítica autónoma y sostenible.

Cuando falta petróleo, los cerebros flaquean

La verdadera tragedia de esta diplomacia del petrodólar es que impide cualquier progreso real. Transforma la gestión de un Estado en una carrera por la renta. Este modelo alienta a las elites a maximizar el uso de los recursos sin siquiera pensar en lo que viene después. Porque cuando finalmente se acaba el petróleo -y todo el mundo sabe que algún día se acabará- lo único que queda es la derrota.

Los intentos de diversificar son a menudo impulsos oportunistas o superficiales, desprovistos de una visión de largo plazo. Con demasiada frecuencia se descuidan sectores como el turismo, la agricultura o la tecnología en favor de proyectos inmediatos que sólo sirven para mantener la fachada. Se están dejando de lado las reformas que realmente podrían permitir a estos Estados reinventarse y construir una diplomacia más sólida, más basada en relaciones equilibradas y duraderas. Ahí está la trampa: el dinero y la influencia que ofrece el petróleo son sólo una ilusión de poder.

El alquiler como veneno estratégico

La diplomacia del petrodólar es el arte de vender el alma con cada barril extraído. Es un modelo que favorece los beneficios inmediatos pero ignora la necesidad de construir una influencia duradera, basada en valores, instituciones sólidas y proyectos comunes. Es un sistema que transforma la política exterior en una simple gestión de activos, donde la oportunidad triunfa sobre la estrategia.

Así, mientras algunos líderes alaban el petróleo y la riqueza inmediata, la historia muestra que estas rentas, por generosas que sean, terminan volviéndolos dependientes, vulnerables e incapaces de reinventarse. El verdadero poder no reside en la cantidad de petróleo que un país puede exportar, sino en su capacidad de ver más allá de ese recurso para construir un futuro diplomático sostenible. El legado de la diplomacia petrolera tal vez no sea el de los barriles, sino el del pensamiento que supo liberarse de esta adicción.

Una cita que resume bien esta reflexión podría ser la del filósofo y economista Albert Hirschman: “La mayor trampa en la que puede caer una sociedad es creer que la riqueza es un sustituto del verdadero poder: el de la innovación, las ideas y las instituciones. »

Esta cita ilustra perfectamente la paradoja de los Estados rentistas: a pesar de su riqueza en recursos naturales, su incapacidad para invertir en estructuras sostenibles y estrategias geopolíticas inteligentes les impide construir verdaderamente una influencia duradera y autónoma.

Dr. A. Boumezrag

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