La crueldad política está presente en todas las épocas. La historia está llena de emperadores, líderes, dictadores y todo tipo de personajes ebrios de poder y soberbia, convencidos de que el mundo les pertenece y que tienen el derecho de vida o muerte sobre las poblaciones.
Desde hace un año, la vida cotidiana del pueblo argentino está marcada por la incertidumbre y la preocupación por las políticas del gobierno de Javier Milei. Estos últimos, al buscar destruir el Estado, atacan sus instituciones y en el proceso intimidan los derechos humanos, al tiempo que causan un terrible impacto social.
En nuestro país, aunque es rico y productor de alimentos, gran parte de nuestros conciudadanos sufren la guerra silenciosa del hambre, que es sin duda la mayor violencia. Recientemente, Unicef denunció esta situación, que afecta especialmente a nuestros niños: cada día, un millón de niñas y niños argentinos se acuestan sin haber cenado.
Pero cuando el presidente es informado de que el hambre es rampante, declara que el Estado no tiene por qué hacerse cargo de ella. Cierra comedores comunitarios o programas productivos encaminados, a través de la agroecología familiar, a garantizar nuestra soberanía y seguridad alimentaria.
La hipocresía y crueldad de este gobierno –que avanza en imponer su modelo de “democracia”- son reflejo de su deshumanización, cuya otra faceta es el aumento de la pobreza, que ya afecta a más de la mitad de nuestra población.
Porque al presidente no le importa la vida de la gente y prefiere consolidar la casta del capital financiero, las grandes empresas. Se pone a su servicio destruyendo la industria nacional y las pymes, así como las conquistas sociales de los argentinos.
Sufren las consecuencias del desempleo, la privatización de los servicios públicos y la atomización del país. Este gobierno negacionista no se contenta con atacar nuestro pasado, está poniendo en peligro el futuro de nuestra nación destruyendo los sectores de la educación, la salud, la investigación científica… y vendiendo los recursos naturales del país al mejor postor.
el grita eso“no hay dinero”… pero gasta millones de dólares en armas y se somete a intereses extranjeros, Estados Unidos e Israel.
Pero no todo está perdido. Hay conciencias y valores críticos ante los atropellos del poder. Hay resistencia a pesar del autoritarismo, la represión y la brutalidad de un gobierno que amenaza seriamente la convivencia y la democracia.
Más que nunca es necesaria la unidad en la diversidad para construir nuevos caminos, para recuperar derechos sociales, culturales, políticos y económicos vulnerados por un presidente lleno de odio.
El pueblo argentino es pacífico, pero no es un rebaño de corderos que se dejará llevar al matadero. Son un pueblo rebelde que sabe denunciar las injusticias y los abusos, y luchar por defender una sociedad justa. Es un pueblo que no olvida, herido pero también fortalecido por el recuerdo de lo que ya ha sufrido. Ya ha tratado con dictadores acostumbrados a dar el visto bueno o el pulgar hacia abajo. La historia les ha enseñado a estos líderes que cosechan lo que siembran.
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120 años después, no ha cambiado.
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