“Estamos nadando en el barro, literalmente. Los niños no tienen colegio, las cosas van cambiando muy lentamente”, lamenta Sabrina Bermejo, vecina de Paiporta, localidad de la Comunidad Valenciana considerada el epicentro de la tragedia.
Con una vela en la mano, este hombre de 40 años salió a las calles de la ciudad el viernes por la tarde, junto con varios centenares de vecinos, para una ceremonia organizada un mes después de la catástrofe. Un momento de contemplación, puntuado por el repique de las campanas de la iglesia vecina.
“¡Paiporta, unida, nunca será derrotada!”, gritaron los vecinos, antes de guardar un minuto de silencio exactamente a las 20.11 horas, hora en la que las autoridades regionales de Valencia acabaron lanzando una alerta el 29 de octubre en los teléfonos móviles. de doce horas después de la alerta emitida por la agencia meteorológica.
“Rendimos homenaje a las víctimas, tanto a las que se fueron como a las que se quedaron”, explica Bea García, profesora de 43 años. “La gente sigue sintiéndose sola, la rabia permanece y hay cansancio, frustración. Estamos todos agotados”, insiste.
– “Aún queda mucho trabajo” –
En Paiporta, como en el resto de localidades afectadas por la tragedia, donde se produjeron concentraciones similares, la caótica gestión de la catástrofe es el principal reclamo de las víctimas, algunas de las cuales dicen sentirse “abandonadas”.
“Debemos ser muy comprensivos (…) ante las manifestaciones”, reconoció el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, cuya “dimisión” muchos manifestantes volvieron a exigir el viernes por la tarde. También debemos “ser eficaces”, añadió el líder conservador, muy criticado por su gestión de la alerta y el socorro.
En las últimas semanas se han rehabilitado decenas de carreteras, se ha reanudado el tráfico de trenes y se han retirado toneladas y toneladas de barro y escombros, gracias al trabajo de militares, bomberos y voluntarios.
Pero “todavía queda mucho trabajo por hacer”, admitió el miércoles el presidente del gobierno socialista, Pedro Sánchez. “Hay cientos de garajes y sótanos inundados, edificios dañados, negocios cerrados, carreteras cortadas, pueblos enteros que aún no han vuelto a la vida normal”.
Según el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, según datos de seguros, se vieron afectados 69.000 viviendas, 125.000 vehículos y 12.500 comercios. Según el Banco de España, este daño podría costar al país hasta 0,2 puntos de crecimiento en el cuarto trimestre.
– “Bloqueado mentalmente” –
En Catarroja, en el suburbio del sur de Valencia, las cicatrices de la catástrofe siguen omnipresentes, tanto en las calles como en las entradas de la ciudad, donde se amontonan decenas de coches destrozados.
“Estamos muy cansados”, suspira Amparo Peris, una trabajadora sanitaria de 35 años. “A veces tenemos luz, a veces no… Algunos días, a la hora de comer, nos quedamos sin luz y nos decimos ‘ahora ¿qué comemos?’ (…) Esperamos que esto pase pronto, ”, explica.
Desde el 29 de octubre “he quedado un poco bloqueado mentalmente”, asegura Gyovana Giménez, cuyo restaurante fue arrasado por las inundaciones. “Cuando llegue la ayuda, cuando recibamos la compensación del seguro, podremos intentar volver a la normalidad”, añade este cuarentón.
Para ayudar a las víctimas, el gobierno ha prometido 16.600 millones de euros en ayudas y préstamos. Pero esta importante dotación no consigue silenciar completamente las críticas contra las autoridades.
Este enfado alcanzó su punto máximo el 3 de noviembre durante una visita a Paiporta del rey Felipe VI y la reina Letizia, acompañados de Pedro Sánchez y Carlos Mazón, marcada por insultos y lanzamientos de barro.
Como señal de que el descontento sigue siendo fuerte, está prevista una nueva manifestación para el sábado en Valencia, la capital regional. A principios de noviembre ya se habían reunido allí 130.000 personas, cuyo principal lema era la dimisión del señor Mazón.