Para volver a estos aspectos, debemos considerar en primer lugar el impacto de carbono que genera la fabricación de infraestructuras de producción de energía. Lo que comúnmente llamamos energía incorporada. “Este segmento del impacto total del carbono también es relativamente importante en el sector fotovoltaico, ya que la construcción de un panel solar implica, en particular, la extracción de cuarzo y, sobre todo, la purificación a alta temperatura”, añade Patrick Biro.
El análisis debe entonces considerar el impacto de carbono del agente energético utilizado, tanto en términos de su producción como de su consumo. Y aquí también son necesarias algunas aclaraciones. En determinados casos evidentes, como el uso de hidrocarburos, se entiende por producción del agente energético las etapas involucradas en su extracción, transformación y suministro, como por ejemplo el fuel oil. En cuanto a su consumo, se trata evidentemente de las emisiones de gases de efecto invernadero que se derivan de su combustión. En otros casos, como en el caso de la energía eólica por ejemplo, estos aspectos de producción y uso del agente energético son nulos al ser eólico. Como último ejemplo, el hidrógeno verde no emite carbono durante su consumo pero consume mucha energía durante su producción por electrólisis.
De media, según las cifras de 2022 publicadas por la Agencia Europea de Medio Ambiente, la producción de un kilovatio hora generó un 9% más de CO2 que en 2021, pero un 24% menos que hace diez años. En Suiza, para dar una idea, el kWh producido en 2023 emite una media de 83 gramos de CO2 según la plataforma de seguimiento app.electricitymaps.com. Esto es, en comparación, más que Francia (53 gramos) y menos que Alemania (372 gramos).
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