El petróleo se ha filtrado en nuestras vidas. Está en todas partes: en nuestro plato (comida), en nuestra ropa (textiles, zapatos), en nuestros hogares (PVC, muebles, calefacción, detergentes o cosméticos, etc.), en nuestros medios de comunicación (ordenador, smartphone) o en el transporte. Muchos productos han basado su razón de ser, su innovación y todo su modelo económico en el oro negro, hasta el punto de que encontrar alternativas es un auténtico quebradero de cabeza. Ligero, barato, duradero y rápido de producir, el petróleo y todos sus derivados presentan ventajas considerables.
Pero su huella ambiental es fuerte y contribuye al cambio climático. En la última COP28 en Dubái, 200 países se comprometieron a reducir su producción de hidrocarburos para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050, pero sin ningún objetivo real cuantificado y documentado.
La contaminación plástica se ha más que duplicado en veinte años, mientras que solo el 9% se recicla. La conferencia mundial de Ottawa, Canadá, que se celebró el pasado mes de abril en presencia de numerosos lobbystas petroleros, debería dar lugar a finales de año a un primer texto destinado a reducir su uso.
Desafíos ha seleccionado algunos productos de nuestra vida cotidiana como consumidores franceses (la lista obviamente no es exhaustiva) que todavía dependen mucho del petróleo y sus derivados, pero que intentan, con mayor o menor éxito, encontrar productos sucedáneos.