El atractivo de la paz a través de la guerra

El atractivo de la paz a través de la guerra
El atractivo de la paz a través de la guerra
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¿Pero dónde están los países árabes? se preguntan los palestinos, mientras llueven bombas israelíes sobre Gaza y el Líbano y en Cisjordania se libra una guerra de aniquilación que no pronuncia su nombre. Porque el hecho es que la debilidad de las objeciones que Estados Unidos hace a la violencia desproporcionada perpetrada por el gobierno de Netanyahu no tiene en última instancia rival, por su preocupante adecuación, que la timidez con la que las dictaduras árabes salieron en defensa de los palestinos. Ruptura de relaciones diplomáticas o comerciales, excepto por parte de Bahrein. Ningún levantamiento colectivo a las barricadas para exigir un alto el fuego inmediato.

El temor a una nueva Nakba –el éxodo palestino de 1948– está muy extendido entre los regímenes árabes, cuando se trata de enmascarar su inacción. Todos han cerrado sus fronteras a los palestinos, empezando por supuesto por el vecino Egipto, que inmediatamente hizo saber, tras las matanzas del 7 de octubre en Israel, que no daría la bienvenida a ningún habitante de Gaza en su suelo. Los pocos que pudieron cruzar pagaron sumas imposibles por el paso. Una vez allí, no tienen estatus y no tienen derecho a trabajar ni a enviar a sus hijos a la escuela. O bien, el temor a una nueva Nakba está justificado, pero eso no es excusa para abandonar a los habitantes de Gaza a su suerte, mientras se produce urbicidio en Gaza. Es cierto que es difícil esperar la más mínima humanidad de un régimen represivo –bajo influencia económica occidental– como el del egipcio al-Sissi.

Combinada con el debilitamiento del liderazgo de Hezbollah en el Líbano, resulta la tesis optimista según la cual la muerte, anunciada la semana pasada, del líder de Hamas, Yahya Sinouar, autor intelectual de las masacres del 7 de octubre, abriría potencialmente la puerta al fin de la guerra. ser una ilusión por el momento. Sumando los avances tácticos, Israel continuó con su precipitada carrera militar, con Irán todavía en la mira. Con el sólido apoyo de Washington, el primer ministro Benjamín Netanyahu, que apuesta por su supervivencia política, no se detendrá allí. Lo embargó la triunfante convicción de que estaba “cambiando la realidad estratégica de Medio Oriente” –es decir, poniendo a Irán de rodillas– y que podía imponerla por la fuerza. Remodelar el Levante y crear “un nuevo Medio Oriente” es un viejo favorito que comparten Washington e Israel. George W. Bush y sus halcones neoconservadores no hablaban de otra cosa en la década de 2000 para justificar su invasión de Irak. Sabemos el resultado.

Alexander Haig, secretario de Estado de Ronald Reagan en la década de 1980, llamó con orgullo a Israel “el mayor portaaviones de Estados Unidos”. El fin de la Guerra Fría no cambió nada. El fortalecimiento de los vínculos entre Irán, China y Rusia obviamente sólo fortalece esta alianza, en el primer sentido del término: construir una fortaleza. La tensión geopolítica que estamos presenciando es tanto más peligrosa cuanto que se produce en un clima de deterioro sin precedentes del derecho humanitario y de la influencia de las instituciones de las Naciones Unidas. Es tan revelador como escandaloso que Israel se permita intimidar a la FPNUL (Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano). ¿Por qué falta de conciencia humana se permite a Israel, que hoy es una democracia que está perdiendo terreno, utilizar con total impunidad una “fuerza desproporcionada” contra poblaciones civiles, en nombre de su siniestra doctrina Dahiya?

De ciclo de violencia en ciclo de violencia, las masacres cometidas por Hamás hicieron falta que los países árabes dejen de esconder la causa palestina bajo la alfombra. En sus negociaciones para normalizar sus relaciones con el Estado hebreo, nunca antes del 7 de octubre Arabia Saudita había puesto como condición la creación de un Estado palestino. No habrá reconocimiento de Israel sin un “Estado palestino independiente”, afirma ahora Mohammed ben Salman (MBS), el hombre fuerte del reino, mientras se gesta un frágil acercamiento entre Teherán y los países del Golfo, en oposición a la reforma del Medio Oriente. Oriente que imagina Netanyahu.

El posicionamiento diplomático de MBS está lejos, en el futuro inmediato, de aliviar el sufrimiento concreto de los palestinos. Entre las dictaduras suníes, la teocracia iraní y la extrema derecha mesiánica israelí, el camino hacia una pacificación real es ciertamente estrecho, pero todavía existe, argumentaron recientemente Éhoud Olmert, ex primer ministro de Israel, y Nasser al-Qidwa, ex ministro de la Autoridad Palestina ( PA) Asuntos Exteriores. Cuando llegue el “día después”, será necesario formar una fuerza de interposición árabe en Gaza en colaboración con la Autoridad Palestina. Y, en última instancia, añaden, aplicar la solución de dos Estados, sobre la base de las fronteras de 1967, siendo plausible un Estado palestino con continuidad territorial, a pesar de la colonización israelí. No inventan nada. Sin embargo, sólo bajo estas condiciones será posible una paz duradera y no engañosa.

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