La urgencia de una política migratoria que garantice la protección de los franceses.

La urgencia de una política migratoria que garantice la protección de los franceses.
La urgencia de una política migratoria que garantice la protección de los franceses.
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El asesinato de Filipinas causó conmoción en el país. Desde hace varios días, Francia se siente golpeada desde su púlpito por la abominación de esta tragedia, golpeada en su corazón por la tristeza y la compasión, golpeada por la ira por esta muerte que debería haberse evitado. Está cada vez más presente la impresión de que estos patrones de horror se reproducen año tras año, sin que la política pueda actuar sobre las raíces del mal.

El desafío de la política migratoria francesa, que alguna vez estuvo oculto, ahora surge con una urgencia que no deja lugar a la postergación. Debemos pensar en el fenómeno migratorio, actuar sobre sus causas, proteger a los franceses. En una palabra, todo debe cambiar.

Ha llegado el momento de reconocer que la firmeza no es sinónimo de brutalidad, que el orden no es incompatible con la dignidad y que el respeto a nuestras leyes puede coexistir con la humanidad. En este sentido, el modelo danés ofrece un marco de inspiración. Dinamarca ha logrado implementar una política migratoria exigente manteniendo al mismo tiempo un equilibrio entre seguridad, soberanía y humanidad.

El éxito de nuestra política migratoria debe basarse en tres pilares: la diplomacia, el control de fronteras y la eficacia de los procedimientos de expulsión.

En primer lugar, la diplomacia debe ejercerse dentro de un marco global y anticipatorio, trabajando con los países de origen de los inmigrantes para establecer acuerdos bilaterales. Estos acuerdos deben facilitar el retorno de personas cuya estancia es irregular, pero también contribuir a ofrecer condiciones de vida dignas a quienes, una vez regresados ​​a su país, podrían rehacer sus vidas. Esto requiere firmeza en las conversaciones con los países emisores (presiones económicas, visados, etc.), pero también una verdadera política de cooperación humanitaria o educativa.

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La inmigración resulta del desequilibrio entre el Sur y el Norte; remediar esto reequilibrando las relaciones económicas y políticas significa resolver parte del fenómeno migratorio. Dinamarca, a través de acuerdos con ciertos estados africanos, se esfuerza por ayudar a estos países a desarrollar su capacidad para ofrecer una mejor calidad de vida a sus ciudadanos. No es una cuestión de caridad, sino de pragmatismo: reducir las causas profundas de la migración requiere mejorar las condiciones de vida en los países de origen. Francia, con su influencia diplomática e histórica, podría desplegar esta misma estrategia con mayor voluntarismo, en un sutil equilibrio entre cooperación y firmeza en su política migratoria.

La gestión de fronteras constituye un segundo pilar esencial. También en este caso la firmeza debe ser fundamental. Una gestión estricta de las fronteras no implica la construcción de muros infranqueables, con torres de vigilancia, como dicen quienes han caricaturizado cualquier control de los flujos migratorios desde hace 50 años. En primer lugar, implica implementar controles inteligentes y reforzados para comprender mejor los flujos.

Europa debe reformar completamente sus sistemas fronterizos, empezando por Frontex. Aquí también todo debe cambiar. En lugar de confiar su seguridad a Turquía o a ciertos países del Magreb (cuyas medidas de captura de inmigrantes son particularmente inhumanas), Europa debe dotarse de sus propias protecciones.

Proteger a los franceses de los riesgos de una inmigración masiva no es sinónimo de deshumanización, sino de un Estado fuerte

La tercera palanca, y no la menor, es la de la expulsión de personas en situación irregular. El fracaso de los OQTF en Francia demuestra una flagrante falta de coordinación entre las autoridades. Para que una política migratoria sea creíble, debe aplicarse. Una OQTF no ejecutada es una falla en el estado de derecho. Humanidad, en este contexto, no significa inacción o laxitud, sino más bien aplicación justa y equitativa de la ley. Dinamarca, una vez más, ha conseguido combinar firmeza y respeto de los derechos humanos garantizando que los procedimientos de deportación sean eficaces y se lleven a cabo en condiciones dignas.

El quid de la cuestión reside sin duda en esta tensión entre la exigencia de firmeza y la de humanidad. Con demasiada frecuencia, estos dos términos se presentan como incompatibles. Sin embargo, una de las características de una política migratoria justa y equilibrada es precisamente su capacidad para vincular ambas cosas. Francia puede y debe fortalecer sus controles, aplicar sus leyes y hacer cumplir sus fronteras. Pero debe hacerlo sin perder de vista sus valores.

Depende de nosotros, los franceses, aprovechar esta oportunidad y repensar nuestra política migratoria para que sea mucho más firme, pero también humana y respetuosa de nuestros principios fundamentales. Todo esto es compatible. Proteger a los franceses de los riesgos de una inmigración masiva no es sinónimo de deshumanización, sino de un Estado fuerte, dueño de su destino, que permanece fiel a sus ideales de humanidad.

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