Aquí te explicamos cómo recuperarlo

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Hubo un tiempo en que el valor de una obra de arte, una amistad o una experiencia personal no se medía en likes o visualizaciones, pero la era digital ha cambiado las reglas del juego transformando cada aspecto de nuestra vida en una métrica potencial de optimización.

Desde los perfiles de LinkedIn que determinan nuestras perspectivas laborales hasta las aplicaciones de citas que reducen el amor a un algoritmo, parece que ya no hay lugar para el valor no cuantificable, y los efectos son claros: la crisis de la gamificación y la parálisis de las relaciones están en casi todas partes. Me pregunto si este es precisamente el futuro que queremos. Pues sí, la tecnología está redefiniendo el concepto mismo de autoestima, y ​​debemos luchar por seguir siendo auténticos en un mundo que parece querer reducirnos a meros datos. ¿Es posible?

La paradoja de la era digital

El’Era digital Nos ha brindado conexión, oportunidades y libertad. En muchos sentidos, ha cumplido su promesa: después de todo, podemos comunicarnos instantáneamente con personas que están al otro lado del mundo, acceder a una gran cantidad de información inimaginable hace apenas unas décadas y crear contenido que potencialmente puede llegar a millones de personas. ¿Es así? Sin embargo, en medio de toda esta abundancia digital, estamos perdiendo algo fundamental: la capacidad de evaluarnos a nosotros mismos y nuestro trabajo. Sin el filtro constante de Métricas en línea.

Piensa en la última vez que publicaste algo en las redes sociales. ¿Cuánto tiempo dedicaste a revisar las reacciones, los “me gusta” y los comentarios? ¿Y cómo te sentiste si esas cifras no estaban a la altura de tus expectativas? La atención es un bien preciado. Este ciclo constante de publicar, esperar comentarios y evaluar nuestro “éxito” en función de las reacciones de los demás erosiona lentamente nuestro sentido de valor intrínseco.

El arte en la era de la cuantificación

Un ejemplo particularmente esclarecedor de cómoEra digital transforma nuestra percepción del valor Del mundo del arte. El escritor La limEn su ensayo “El colapso de la autoestima en la era digital”, relata su experiencia como escritor en la era de las redes sociales:

A medida que se acercaba la fecha de publicación, me inundaron con métricas extrínsecas. Hace apenas veinte años, no existían datos públicos completos sobre las ventas de libros. […] Ahora estamos inundados de estadísticas frías y hermosas.

Lim describe cómo el proceso de creación artística, que antes estaba impulsado principalmente por la visión interior y la pasión del artista, ahora es… Constantemente influenciado y evaluado por medidas externas: Número de ofertas editoriales, tiradas, revistas, etc. Esta cuantificación obsesiva del valor artístico no solo mina la autoestima de los artistas, sino que corre el riesgo de sofocar la creatividad misma, empujando a los creadores a producir solo lo que “funciona” según los algoritmos en lugar de lo que es auténticamente significativo. Ya hemos presenciado un poco de la deriva con los numerosos “casos editoriales” construidos alrededor de la mesa, pero multiplicados por miles de millones.

Pero más allá del arte, la era digital impone sus criterios casi en todas partes.

Trabajar en la era de la vigilancia digital

Nuestra relación con el trabajo también está experimentando una metamorfosis igualmente profunda.

Treinta años después Philippe Agre inventó el modelo de captura1La tecnología de gestión de la fuerza de trabajo puede rastrear cada momento de los trabajadores como un objetivo de producción.

Desde aplicaciones de “bienestar” proporcionadas como beneficios para empleados (que rastrean las visitas al consultorio) hasta software de gestión de casos que incluso cuenta las pulsaciones de teclas y tablas de clasificación de empleados tecnológicos que clasifican quién ha trabajado más tiempo, cada aspecto de nuestro trabajo es cuantificable y, por lo tanto, está sujeto a una evaluación constante.

Esta vigilancia omnipresente no sólo erosiona nuestra privacidad, sino que crea un entorno en el que nuestro valor como trabajadores se reduce a una serie de números. ¿El resultado? Una creciente sensación de alienación. y la pérdida de esa satisfacción intrínseca que proviene de hacer un buen trabajo, sean cuales sean los parámetros.

La gamificación de la vida cotidiana

El’Era digital No solo cuantifica nuestro trabajo y nuestro arte, sino que ha extendido su influencia a casi todos los aspectos de nuestra vida diaria. Las aplicaciones de citas nos hacen recorrer perfiles como si estuviéramos buscando el producto perfecto, los rastreadores de actividad física nos hacen optimizar cada uno de nuestros movimientos y las redes sociales han convertido nuestras interacciones sociales en un juego de popularidad cuantificable.

este gamificación El estilo de vida tiene efectos profundos en nuestra psique.

El bucle lúdico de Internet ha automatizado nuestro mundo interior: ya no elegimos lo que nos gusta ni si nos gusta: el algoritmo elige por nosotros.

Nos encontramos atrapados en un ciclo de gratificación instantánea y evaluación constante, donde nuestro valor parece estar determinado por una serie interminable de métricas: seguidores, me gusta, visualizaciones, coincidencias. Métricas, métricas por todas partes. Este ciclo influye en nuestras elecciones y comportamientos y erosiona lentamente nuestra capacidad de encontrar valor y significado fuera de estos sistemas de evaluación externos.

En busca de la autenticidad en la era digital

Ante esta realidad, ¿cómo podemos redescubrir el sentido del valor auténtico? ¿Cómo podemos navegar?Era digital ¿Sin perder de vista quiénes somos realmente?

  1. Redescubriendo el valor intrínseco:Es importante recordar que nuestro valor no está determinado por los números que aparecen en una pantalla. Dedicar tiempo a actividades que nos apasionan, independientemente de su “valor” en las redes sociales, puede ayudarnos a reconectarnos con nosotros mismos.
  2. Cultivando relaciones auténticas:En la era de los “amigos” virtuales y de las conexiones superficiales, invertir en relaciones profundas y significativas puede ser un poderoso antídoto contra la superficialidad digital. Aunque se trate de una sola amistad, pero una amistad real y plena. Carnal, diríamos en Nápoles.
  3. Practica la desconexión: Establecer límites en el uso de la tecnología, como por ejemplo periodos de “desintoxicación digital”, puede ayudarnos a recuperar una perspectiva más equilibrada. Empecemos con periodos cortos, para no desorientarnos, y no sonriamos: ya estamos ahí y tenemos que aceptarlo. En muchos sentidos, somos adictos. Y aquí llegamos al siguiente punto.
  4. Piensa críticamente:Tenga en cuenta cómoEra digital Influir en nuestras percepciones y decisiones es el primer paso para recuperar el control de nuestra narrativa personal.
  5. Celebra las imperfeccionesEn un mundo que parece valorar únicamente la perfección del feed de Instagram, aceptar y celebrar nuestras imperfecciones (en lugar de avergonzarnos de ellas) puede ser un acto revolucionario.

Hacia un futuro más humano

El’Era digital Ha traído innumerables beneficios y oportunidades. No se trata de demonizar la tecnología, sino de aprender a manejarla para que enriquezca nuestras vidas en lugar de definirlas por completo.

El futuro no tiene por qué ser un lugar donde nuestro valor esté determinado únicamente por algoritmos y métricas. En esta revolución digital, donde las inteligencias artificiales ya están empezando a imitar nuestra dinámica y procesos mentales, tenemos la oportunidad (y quizás el deber) de reafirmar nuestra humanidad.

Encontrar nuestro valor intrínseco en un mundo obsesionado con las métricas no es una tarea fácil, pero es esencial. Se necesita conciencia, intencionalidad y, a veces, el coraje de ir contra la corriente. Significa recordar que somos más que la suma de nuestros gustos, más complejos de lo que un algoritmo puede captar e infinitamente más valiosos que cualquier número en una pantalla.

Reconocemos que nuestro valor va mucho más allá de lo que se puede cuantificar. No olvidemos nunca celebrar lo inefable, lo inmensurable, lo auténticamente humano. Porque es allí, en esos espacios incuantificables, donde reside la verdadera esencia de quienes somos.

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