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Primeros intentos de medir la contaminación de la atmósfera superior desde naves espaciales

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Esta fotografía tomada el 16 de julio de 2000 y publicada el 15 de enero de 2001 por la Agencia Espacial Europea (ESA) muestra la impresión artística de CLUSTER-2 con satélites reales en órbita. ANNE RENAUT/AGENCIA ESPACIAL EUROPEA/AFP

Ante la evidente falta de datos sobre la contaminación provocada por las naves espaciales en la alta atmósfera, la Agencia Espacial Europea (ESA) no se ha quedado de brazos cruzados y ha tomado varias iniciativas para documentar los fenómenos en cuestión. Un ejercicio que no es un paseo por el parque ya que dichas máquinas, tanto si suben al espacio como si retroceden, se mueven a velocidades considerables. Y, para empeorar las cosas, los acontecimientos más interesantes tienen lugar a altitudes de varias decenas de kilómetros.

Sin embargo, para seguir adelante, la ESA ha decidido aprovechar la destrucción prevista de su misión Cluster. Lanzado en 2000, estudió la interacción entre el viento solar y la burbuja magnética generada por la dinamo de nuestro planeta, que nos protege de las partículas energéticas emitidas por el Sol. La misión incluía cuatro satélites idénticos que volaban en tetraedro, C1, C2, C3 y C4, más bien llamados Rumba, Salsa, Samba y Tango.

El 8 de septiembre, Salsa fue el primero en completar su viaje, ardiendo en la atmósfera sobre el Pacífico. Este regreso fue objeto de un difícil seguimiento: seis estaciones experimentales instaladas en un pequeño avión intentaron observar el C2, que salía del espacio a una velocidad de 40.000 kilómetros por hora. Entre los objetivos del experimento, “comprender mejor la desintegración de los componentes estructurales de los satélites”especifica la ESA. El análisis de los resultados aún no ha sido publicado. A la agencia le gustaría poder repetir el experimento con C1, C3 y C4, que serán destruidos en 2025 y 2026, en particular para estudiar las consecuencias de diferentes ángulos de reingreso a la atmósfera.

“Mezcla de medidas”

Otro proyecto más ambicioso de la ESA se llamó Draco. Este pequeño satélite, cuyo lanzamiento está previsto para 2027, pesará entre 150 y 200 kilogramos y tiene el tamaño de una lavadora, despegará al espacio… para descender medio día después. Equipado con sensores y cámaras, registrará su propia muerte, los datos serán enviados por una cápsula interna que será indestructible.

Una vez más, el objetivo principal es observar la desintegración de la nave pero, para responder a la cuestión emergente de la contaminación química de la atmósfera superior, se decidió añadir “marcadores, materiales que se pueden observar de forma remota mediante una campaña de observación del reingreso a la atmósfera. Esto dará a los científicos la capacidad de seguir los procesos de ablación fuera de las altitudes en las que Draco debe registrar datos.explica Stijn Lemmens, especialista en desechos espaciales de la ESA y líder del proyecto.

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