Cuando Lee comenzó a examinar los datos, se sorprendió al descubrir que las aves (liberadas después del estudio) dormían en intervalos de cuatro segundos durante el día y la noche mientras se ocupaban de sus huevos o de sus polluelos.
Según Chiara Cirelli, neurocientífica de la Universidad de Wisconsin que no participó en el estudio, cualquiera que alguna vez se haya quedado dormido brevemente en el metro o mientras miraba televisión ha experimentado una microsiesta.
Tanto en los humanos como en los pingüinos, el microsueño ocurre durante períodos de fatiga y agotamiento. Sin embargo, durante el período de anidación, los pingüinos de barbijo parecen depender casi exclusivamente del microsueño, explica Chiara Cirelli. Es difícil estudiar el sueño en entornos naturales, por lo que “el simple hecho de que hayan podido registrar datos en estas condiciones es un logro”.
Aunque los datos son convincentes, Cirelli señala que los investigadores sólo estudiaron a los pingüinos durante los períodos de anidación, por lo que no queda claro si las aves recurren a microsiestas fuera de esos períodos.
El otro desafío es comprender el impacto del microsueño en el cerebro y el cuerpo de los pingüinos, porque si en los humanos la falta de sueño provoca toda una serie de problemas de salud, no sabemos si también ocurre lo mismo en los pingüinos.
Dado que los pingüinos de barbijo duermen un poco más cuando bucean en busca de alimento y después de regresar a tierra firme, Libourel cree que el microsueño podría ser sólo una estrategia de afrontamiento a corto plazo para los padres cansados.