El espectro del sarampión, que se creía relegado a los libros de historia médica, vuelve a acechar a las regiones del norte de Marruecos. La aparición de focos activos, especialmente en la región de Tánger-Tetuán-Alhucemas, suscita gran preocupación. Más que un simple problema de salud, este resurgimiento refleja un profundo malestar en la gestión de las políticas de salud pública.
El doctor Tayeb Hamdi, investigador de sistemas de salud, hace una observación intransigente: disminución de la cobertura de vacunación, mala vigilancia epidemiológica y relajación de la vacunación por parte de las familias. Sin embargo, este diagnóstico, por muy relevante que sea, exige responsabilidades claras.
Sarampión: una bomba de tiempo epidémica
El sarampión no es una gripe pasajera. Es una enfermedad viral de formidable contagiosidad: un niño infectado puede contaminar de 16 a 20 personas. El modo de transmisión, por vía respiratoria o por contacto indirecto con superficies contaminadas, convierte a este virus en un enemigo esquivo. Las consecuencias van mucho más allá de los síntomas iniciales: fiebre, tos, irritabilidad y sarpullido rojo. Las complicaciones, como la ceguera o la encefalitis, dejan secuelas irreversibles. Y, para algunos, especialmente los bebés y los niños menores de cinco años, el sarampión es mortal.
Para 2023, el virus ha infectado a más de 10 millones de personas en todo el mundo, un aumento del 20% con respecto a 2022, y ha causado más de 100.000 muertes, la mayoría entre niños. No es una enfermedad que “pasa”; es una enfermedad que ataca y, a menudo, con una violencia increíble.
Marruecos, que alguna vez fue considerado un modelo en materia de vacunación infantil y, en particular, contra el sarampión, parece haber perdido impulso. Según el Ministerio de Salud, ninguna región alcanza hoy el umbral crítico del 95% de cobertura de vacunación, necesario para detener la propagación del sarampión. Algunas regiones no alcanzan esta cifra, exponiendo a miles de niños al peligro del sarampión.
¿Cómo llegamos allí? El doctor Hamdi menciona causas globales, como la reticencia a vacunarse contra el sarampión, amplificada por la pandemia de COVID-19. Sin embargo, culpar a la desgana familiar o a la ignorancia colectiva sería simplista. La verdad es que este descenso refleja una relajación de las campañas de sensibilización, una falta de movilización de las autoridades sanitarias y una insuficiencia de los programas de recuperación. Este no es un problema de voluntad popular, sino de inercia institucional.
Regiones en crisis: espejo de las disparidades territoriales
Las regiones afectadas por el sarampión (Beni-Melal-Khénifra, Souss-Massa, Tánger-Tetuán-Alhucemas) no son estadísticas en un mapa sanitario. Encarnan un Marruecos de dos velocidades en el que las disparidades territoriales se convierten en caldo de cultivo para crisis epidemiológicas. Estas regiones, a menudo marginadas en términos de acceso a la atención médica, están sufriendo la peor parte de las consecuencias de lo que podría llamarse “renuncia a las vacunas”, según el Dr. Tayeb Hamdi.
El Ministerio de Salud debe plantearse las preguntas correctas: ¿por qué estas zonas ya vulnerables no se benefician de un acceso equitativo a los programas de vacunación? ¿Por qué la vigilancia epidemiológica, que alguna vez fue un pilar de la estrategia sanitaria marroquí, está colapsando donde más se necesita?
La vacunación contra el sarampión es una herramienta comprobada. Dos dosis administradas –una a los nueve meses y otra unos meses más tarde– son suficientes para proteger a un niño a largo plazo. De 2000 a 2021, esta vacuna ha salvado 56 millones de vidas en todo el mundo. Sin embargo, en Marruecos no basta con predicar la eficacia de la vacunación. También hay que convencer. Y, para convencer, hay que recuperar la confianza de las familias.
Vacunación a dos velocidades: ¿responsabilidad compartida o fracaso colectivo?
La vacunación contra el sarampión no es sólo un procedimiento médico; es un acto social. Los padres vacilantes no son enemigos de la ciencia. Son ciudadanos angustiados, influenciados por un contexto global donde se multiplican los mensajes contradictorios en torno a las vacunas. El Ministerio de Salud debe redoblar esfuerzos para restablecer este vínculo de confianza. Campañas de sensibilización, intervenciones en las escuelas, movilización de líderes comunitarios: cada iniciativa cuenta. Pero el tiempo se acaba. Una población no vacunada es una población vulnerable y cada día perdido es una puerta abierta a nuevos brotes.
El regreso del sarampión a Marruecos es más que un fracaso sanitario. Esta es una llamada de atención para una política de salud pública tambaleante. Si el país ha sabido brillar con su ejemplaridad en materia de vacunación, hoy debe afrontar la dura realidad de una costosa relajación. Los formuladores de políticas deben comprender que esto no es sólo un desafío médico, sino un imperativo social. Están en juego la vida de nuestros niños, la equidad territorial y el futuro de un sistema de salud capaz de prevenir en lugar de curar.
La observación del doctor Tayeb Hamdi es lúcida sobre el sarampión, pero deja un sabor amargo. Que nos perdone el investigador de sistemas de salud, pero hablar de relajación sin cuestionar las raíces profundas de este problema (disparidades regionales, falta de inversión en salud pública, ausencia de una estrategia coherente) corre el riesgo de exonerar a quienes tienen las palancas del cambio. El diagnóstico ya está hecho, pero debe ir acompañado de una prescripción audaz y pragmática. Porque en esta lucha contra el sarampión no basta con nombrar la enfermedad; también debemos actuar. ¡Y rápido!