“No me arrepiento. Cuando lo miro, sé que tomé la decisión correcta. Merece vivir, hubiera sido un gran error interrumpir mi embarazo“.
Léa Aïdi, de 25 años, madre de Sandro, de 2, se enfrentaba a esta elección. Cuando, embarazada de casi ocho meses, durante la tercera ecografía realizada con la matrona privada que la sigue, ésta comprueba que las medidas de la cabeza del bebé son pequeñas, aunque sigue siendo tranquilizadora, la joven no espera que no se produzca un maremoto en su vida: “Ella me dijo que tal vez eran mis abdominales los que comprimían su cráneo, ya que todavía estaba en posición de nalgas. Pero el protocolo era enviarme al hospital Norte para un chequeo, ella lo aplicó.“.
El día antes de la ecografía, un mal presentimiento asalta a la futura madre. El examen confirmará esta intuición. “La ecografía duró 2h30, en silencio. El doctor vio microcefalia. (crecimiento anormalmente débil del cráneo y del cerebro), una inversión cerebro-placentaria que provocó una mala oxigenación del cerebro, y notó el cese del crecimiento desde el quinto mes“. Un gran shock para Léa: “La partera que me siguió al Salón no había visto nada de esto. El ecografista pensó inmediatamente en el citomegalovirus.“, se lamenta la futura madre.
Pero al instante supo que rechazaba la interrupción médica del embarazo mencionada con más o menos tacto por el equipo médico del hospital Norte: “También rechacé la amniocentesis que me ofrecieron. Tenía poco líquido amniótico así que no quería que me rompieran fuente por error.“.
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