Mientras Europa prohíbe determinados pesticidas para proteger a su población, la multinacional Syngenta sigue exportando masivamente esas mismas sustancias a Marruecos. Una investigación de Greenpeace y Public Eye revela que en 2023 se transportaron más de 8.500 toneladas de productos tóxicos al reino sharifiano. Así, los trabajadores agrícolas y los consumidores han estado expuestos a importantes riesgos para la salud. Una situación que ilustra la creciente brecha entre las normas medioambientales del Norte y del Sur.
« Es como si nos dijeran que nuestras vidas valen menos que las de los europeos.. » Estas amargas palabras de un agricultor marroquí resumen el escándalo que sacude actualmente al sector agrícola. Una investigación de Greenpeace y Public Eye denuncia una práctica tan cínica como peligrosa. En 2023, Syngenta liberó más de 8.500 toneladas de pesticidas prohibidos en Europa a países como Marruecos, India y Brasil, donde las regulaciones son más relajadas.
En el centro de esta controversia se encuentran dos venenos particularmente formidables: el tiametoxam y el diquat. El primero, un conocido asesino de abejas, se exportó por una cantidad de 374 toneladas, cantidad suficiente para tratar una superficie mayor que Inglaterra. El segundo, un primo químico del infame paraquat, se envió más de 5.000 toneladas a Marruecos y otros países en desarrollo.
En los campos marroquíes la realidad es brutal. Mohammed, agricultor desde hace 30 años cerca de Fez, testifica: “ Sabemos que estos productos son peligrosos, pero nos dicen que aquí están permitidos. ¿Cómo podemos explicar que sean demasiado peligrosos para los europeos, pero lo suficientemente seguros para nosotros? »
¿Qué hace ONSSA?
El sistema de control marroquí muestra sus límites. La ONSSA, supuestamente guardiana de la seguridad alimentaria, lucha por frenar este flujo tóxico. Las fronteras porosas y la falta de recursos técnicos están transformando al país en un patio de recreo para los gigantes de los agroquímicos.
Las consecuencias ya son visibles. Los apicultores hacen sonar la alarma ante la masacre que afecta a sus colmenas. Los centros de salud rurales informan de un aumento preocupante de los casos de intoxicaciones y enfermedades crónicas entre los trabajadores agrícolas. Parálisis, cánceres, trastornos neurológicos: la lista de patologías relacionadas con estas sustancias va en aumento.
Lo más chocante en este asunto tal vez sea el cinismo de los “dobles estándares”. ¿Cómo podemos justificar que un producto considerado demasiado peligroso para los agricultores europeos pueda venderse libremente a sus homólogos marroquíes? Esta inquietante pregunta pone de relieve las zonas grises de la globalización.
Public Eye y Greenpeace piden la prohibición de pesticidas
Ante esta observación, se alzan voces. ONG como Public Eye y Greenpeace están pidiendo una prohibición total de la producción y exportación de estos pesticidas prohibidos. En Marruecos, las asociaciones locales instan al gobierno a actuar antes de que sea demasiado tarde.
Mientras tanto, cada día que pasa una parte de los trabajadores se expone a estas sustancias mortales. El precio de esta negligencia se mide en vidas humanas, ecosistemas destruidos y suelos contaminados. La cuestión ya no es si Marruecos debe actuar, sino cuándo decidirá finalmente proteger su tierra y su pueblo de este veneno legal.
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