Las negociaciones para un alto el fuego entre Israel y Hezbollah se producen después de semanas de violencia que asolaron el sur del Líbano y la capital, Beirut. Los enfrentamientos dejaron tras de sí una procesión de muertos, heridos y población civil desplazada en condiciones precarias.
Si avanzan las discusiones para poner fin a esta guerra, esta dinámica contrasta con la ausencia de esfuerzos similares para Gaza, donde Israel continúa una ofensiva devastadora sin que se considere seriamente una tregua comparable. Después de semanas de escalada militar entre Israel y Hezbollah, parecen estar surgiendo soluciones diplomáticas avanzadas. Funcionarios israelíes y estadounidenses están insinuando que pronto podría aprobarse un acuerdo de alto el fuego, aunque la Casa Blanca aún no ha confirmado un acuerdo final.
Avance diplomático, incertidumbres y equilibrios precarios
Este plan, mediado en particular por el enviado estadounidense Amos Hochstein, tiene como objetivo establecer una tregua de 60 días para permitir la retirada de las tropas israelíes del sur del Líbano y el redespliegue de las fuerzas armadas libanesas, apoyadas por la FPNUL. Israel, sin embargo, insiste en su derecho a la autodefensa en caso de violación por parte de Hezbolá, exigencia que preocupa a Beirut, por temor a un ataque a su soberanía.
Al mismo tiempo, la creación de un comité supervisor internacional, encabezado por Estados Unidos, está alimentando tensiones, particularmente sobre su composición y papel. Estas disposiciones, aunque ambiciosas, parecen muy frágiles dada la complejidad del terreno.
En cuanto al Líbano oficial, “o lo que queda de él”, está condenado a reconocer el callejón sin salida en el que lo ha colocado Hezbollah. Sobre todo porque Netanyahu mantiene la presión y no muestra ningún deseo de ceder. Según Israel, esto seguirá siendo así hasta que el aparato militar de Hezbollah sea completamente destruido y las autoridades oficiales libanesas digan que están listas, junto con el ejército, para asumir plenamente sus responsabilidades.
Esto requeriría algunas semanas más, lo que acercaría la fecha de instalación de la nueva administración. Netanyahu teme que Biden imponga sanciones a Israel (embargo de armas o incluso venganza contra Netanyahu por “mal comportamiento”…) antes de su salida de la Casa Blanca.
La lógica diría que si cada parte quiere un alto el fuego en el Líbano, no hay ningún deseo de esperar a la toma de posesión de Donald Trump en enero. Pero bueno, hoy la situación se ha convertido en otra después de las elecciones estadounidenses. El acuerdo en discusión prevé varias medidas. Cabe destacar la creación de un comité internacional de supervisión liderado por Estados Unidos, con la participación de Francia y posiblemente de otros actores como Reino Unido y Alemania. Israel exige libertad de movimiento en el sur del Líbano y el derecho a tomar represalias en caso de violaciones por parte de Hezbollah, que el Líbano cuestiona y considera una amenaza a su soberanía. Estas diferencias complican las negociaciones y plantean desafíos a la implementación del acuerdo.
En el terreno, los enfrentamientos continúan, con avances israelíes en el sur del Líbano, donde el ejército busca establecer una zona de amortiguación para evitar el lanzamiento de cohetes de Hezbolá. Este último, apoyado por Irán, continúa tomando represalias, pero su influencia sobre el terreno parece estar disminuyendo ante la superioridad militar israelí. Esta dinámica de escalada amenaza con socavar los esfuerzos diplomáticos, ya que cada parte busca fortalecer su posición antes de cualquier acuerdo.
Guerra en dimensiones regionales : l’ombre de Gaza entre el impasse y la hipocresía
Esta crisis pone de relieve tensiones más amplias, incluidas las rivalidades entre Israel e Irán, así como el calendario político estadounidense, marcado por el acercamiento de la transición entre las administraciones de Biden y Trump. El emisario Amos Hochstein, presionado por estas limitaciones, desempeña un papel clave a la hora de intentar cerrar un acuerdo. Sin embargo, la inestabilidad del terreno y los intereses divergentes de las partes hacen que el resultado de estas conversaciones sea incierto, lo que hace surgir el espectro de una guerra regional prolongada.
Si bien el sur del Líbano está en el centro de las discusiones, la situación en Gaza permanece en las sombras. Allí, la población civil está pasando por un verdadero calvario, con bombardeos incesantes y una ausencia total de iniciativas diplomáticas para un alto el fuego. Este “doble rasero” plantea dudas sobre el deseo internacional de poner fin al sufrimiento de los palestinos. En Israel, la estrategia parece clara: neutralizar a Hezbollah mientras continúa una guerra implacable contra Gaza, a costa de miles de vidas inocentes.
La guerra entre Israel y Hezbolá no es sólo un conflicto bilateral, sino que refleja tensiones regionales alimentadas por agendas políticas y rivalidades estratégicas. Mientras el enviado estadounidense Amos Hochstein está acelerando sus esfuerzos por lograr una tregua en el Líbano, no se prevé ningún enfoque similar para Gaza, donde el status quo equivale a una abdicación moral de la comunidad internacional. Esta diferencia de trato expone la hipocresía de las potencias mundiales, dispuestas a preservar ciertos equilibrios regionales mientras hacen la vista gorda ante una guerra total contra los palestinos.
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