NARRATIVO – En Hong Kong, la figura principal del movimiento democrático juega por su libertad contra los jueces.
« Yo soy católico “. Estas son las primeras palabras públicas pronunciadas por Jimmy Lai, con voz ronca, ante el tribunal de Kowloon, después de cuatro años de prisión en Hong Kong, el 20 de noviembre. Con el rostro curtido, el imponente multimillonario presta juramento ante Dios y los jueces ataviados con pelucas Whig inglesas, como un luchador de lucha libre a punto de su pelea final. Una sonrisa pícara y un beso enviado por el gesto a su esposa Teresa, con un vestido largo negro, y a su hija, sentada en la sala abarrotada donde se coló Le Figaro. A su lado, la frágil silueta del cardenal Zen, defensor de la fe católica en el Reino Medio que vino a apoyar al testaferro de la causa democrática de la antigua colonia británica.
Toda su vida, el magnate rebelde con cara de gánster digna de una película de Bruce Lee afirma haber luchado por “ libertad “. Esta vez, desempeña su papel en este juicio que es también el de la aspiración democrática en Hong Kong y más allá…
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