Para sus seguidores, es un “paseo” majestuoso imprescindible. Para sus oponentes, se trata de un segundo “puente” masivo e inútil. El puente peatonal del Mont-Blanc, cuyo destino estará en manos de los electores de la ciudad de Ginebra el 24 de noviembre, provoca divisiones. Pero el equilibrio de poder está desequilibrado, dado el apoyo muy amplio y sin precedentes que despierta el proyecto. “Somos el pequeño David de la sociedad civil contra el gran Goliat de las autoridades”, dicen los detractores de la obra.
De hecho, este puente atrae a casi todos los partidos políticos (excepto la extrema izquierda y el MCG), pero también a los círculos económicos y de la movilidad, en sentido amplio. El objeto reúne así, al azar, a la TCS, Pro Vélo, la Federación de empresas francófonas, el PS y la UDC. Es raro.
Bicicletas más seguras, tráfico motorizado protegido
Para todos estos actores, el proyecto “responde a una petición expresada por la población desde hace más de quince años”, a saber, “la separación de los flujos” de peatones, ciclistas y automovilistas en este congestionado eje. “Llevamos años luchando por ello”, recuerda Grégoire Carasso, de la asociación Transportes y Medio Ambiente (ATE). Destaca que el trabajo dedicado a los curiosos también permite crear “un carril bici de doble sentido en el puente” y esto “sin afectar a la movilidad motorizada”: esto no resta superficie. La cosa no es neutral, porque “nunca ganaremos a nivel popular si pedimos la eliminación” de un carril dedicado a los coches en este puente, admite Roger Deneys, de Pro Vélo.
“Un activo para la economía y el turismo”
Por tanto, el proyecto hace las delicias de la TCS, defensora de la “visión intermodal”; al igual que la FER, que también destaca la calidad arquitectónica de la pasarela, que su presidente Ivan Slatkine presenta como un activo “para todo el cantón, su atractivo, su economía, su turismo y su calidad de vida”. El “paseo sobre el agua” propuesto a los ginebrinos, afirma Yves Herren (los verdes liberales), cuenta pues con el apoyo de todos y su coste (54 millones) les parece muy razonable en comparación con los beneficios esperados.
Alerta sobre la “degradación” del recinto portuario
Por el contrario, a sus oponentes: los círculos patrimoniales, la CITRAP (comunidad de intereses del transporte público), el Partido Laborista y el MCG les parece exorbitante. Para ellos, el proyecto tiene muchos fallos. Por un lado, esta “proeza de ingeniería civil” y sus 1.500 toneladas de acero “degradan el puerto, que es un lugar protegido”, estima Leïla El-Wakil, de SOS Heritage CEG. “El puente del Mont-Blanc es un monumento histórico. Esta pasarela lo oculta y altera el paisaje tal y como fue diseñado. coincide Valéry Clavien, de Patrimoine Suisse Ginebra.
Preferencia por ampliar el puente
Peor aún, esta incorporación no solucionaría nada en términos de movilidad. “Las bicicletas se amontonarán delante del reloj de flores”, estima Morten Gisselbaek (PdT), donde el espacio se volverá “intransitable y peligroso” tanto para ellas como para los peatones y turistas, atrapados en el “caos”. En un momento en el que el plan climático exige reducir el tráfico motorizado individual en un 40% de aquí a 2030, habría sido mejor “tener una verdadera voluntad de dejar espacio a las bicicletas” en el puente del Mont-Blanc, en detrimento de los coches. O bien, propone CITRAP, ampliar el puente en el lado de aguas abajo. Esto permitiría, según Michel Ducret, crear carriles reservados para el transporte público, “cuyo desarrollo debe ser la prioridad”, y permitir el paso del tranvía. La cosa costaría, calcula, 40 millones. La opción también es favorecida por el MCG.
Lo cierto es que los opositores, divididos sobre la mejor solución, admiten que no tienen un plan B, cuya aplicación llevaría en cualquier caso años. El bando del sí ya no tiene más, “porque nunca hemos visto un proyecto tan unificador”, explica Yves Gerber, de TCS. Y añade que un posible plan B, “sería dentro de quince años, y llegará diez veces tarde”.
Un amplio camino peatonal y un banco.
El proyecto sometido a votación consiste en adosar un puente peatonal al puente del Mont-Blanc, por el lado del chorro de agua. Ofrecería a los espectadores un camino de 4,8 metros de ancho, bordeado por un enorme banco. La acera actual, así liberada, daría cabida a un carril bici de doble sentido, completando la U a orillas del lago. No se eliminarían carriles de circulación. El coste de la obra alcanza los 54,6 millones: 26,2 corren a cargo de la Ciudad (y están sujetos a votación), 13,1 del Cantón, 5,3 de la Confederación (sólo si el proyecto finaliza en 2027) y 10 de un mecenas. .
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