IHace unos 66 millones de años, un meteorito de gran tamaño se estrelló en lo que hoy es la península de Yucatán, en México, y acabó con muchas especies (alrededor del 80 por ciento de ellas), incluidos los dinosaurios no aviares que dominaban la Tierra en ese momento. Los científicos lo denominan la extinción masiva del Cretácico-Paleógeno, la más famosa, si no la más devastadora, y la única atribuida hasta ahora a la caída de un cuerpo extraterrestre.
Un gigantesco tsunami que provocó una ola de unos cinco mil metros de altura, colosales incendios espontáneos provocados por el calentamiento de la atmósfera de varios cientos o incluso miles de grados, lluvia ácida ligada a la vaporización de rocas ricas en azufre durante el impacto y la formación de una espesa nube de polvo que oscureció la luz del Sol durante muchos meses: el escenario de este mortífero acontecimiento ha sido reconstruido pacientemente por la ciencia desde el descubrimiento, cerca de la ciudad costera mexicana de Chicxulub Puerto, a finales de los años 1970, del cráter de 180 kilómetros provocado por el cataclismo.
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Pero más allá de la reconstrucción de los efectos del impacto, otra pregunta seguía sin respuesta hasta ahora: ¿de dónde pudo haber salido esta roca cósmica de quince a veinte kilómetros de diámetro? ¿Era una roca cósmica de quince a veinte kilómetros de diámetro? […] Leer más
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