Las recientes aventuras diplomáticas argelinas corren el riesgo de comprometer aún más la credibilidad del régimen. Al intentar establecerse como mediador en las crisis regionales, Argelia se expone a críticas crecientes, particularmente de sus vecinos africanos. El fracaso de su propuesta de transición en Níger ha puesto de relieve su creciente aislamiento en la escena internacional, mientras que su alineación estratégica con socios extranjeros refuerza la imagen de un régimen que busca preservar su poder a toda costa, en detrimento de los principios que dice defender.
“Persistencia de actos de injerencia”, “La proximidad y complicidad de Argelia con los grupos terroristas que desestabilizan Mali y a quienes ha ofrecido alojamiento y comida”, “Nueva injerencia de Argelia en los asuntos internos de Mali”lo condenó con la mayor energía: Bamako nunca se ha mostrado tan optimista en una salida diplomática. Los acontecimientos recientes en Mali y Níger e incluso en Marruecos han revelado las contradicciones estructurales del régimen argelino en su aplicación del principio de no interferencia. Detrás de su discurso habitual, se esconde una maniobra que no engaña a nadie: mantener un papel central en las fluctuaciones regionales y al mismo tiempo marginar la influencia de los actores externos, en particular la de Francia y las potencias africanas de habla inglesa.
Si Bamako “recuerda que las opciones estratégicas para la lucha contra los grupos terroristas armados, apoyados por patrocinadores estatales extranjeros, caen exclusivamente dentro de la soberanía de Mali”invitó a Argel “Dejar de hacer de Malí una palanca para su posicionamiento internacional”. Al mismo tiempo, Argelia había propuesto a Níger un plan de transición rechazado por varias partes interesadas. Este comportamiento demuestra que el régimen ya no se contenta con defender la soberanía estatal, sino que ahora busca moldear activamente los equilibrios regionales. Esta flagrante contradicción ha alimentado las sospechas de que la doctrina de la no interferencia, tantas veces mencionada, es sólo una herramienta retórica al servicio de los intereses geopolíticos de Argelia.
Una hipocresía mantenida por alianzas selectivas
La creciente alianza de Argelia con potencias extranjeras también ilustra la aplicación oportunista de su doctrina. Si bien el régimen se erige como defensor de la independencia africana frente a la interferencia occidental, está aumentando los acuerdos económicos y militares con Moscú y Beijing, por ejemplo. Estas dos capitales tienen una fuerte presencia en Mali, que anunció el 25 de enero de 2024 la “fin, con efecto inmediato”del acuerdo de paz de Argel, firmado en 2015 y considerado durante mucho tiempo ineficaz, especialmente desde la reanudación en 2023 de las hostilidades contra el Estado central y el ejército maliense por parte de grupos separatistas predominantemente tuareg del Norte apoyados por Argel, tras la retirada de la misión de Naciones Unidas (Minusma), tras diez años de presencia.
La represión interna, espejo de las contradicciones externas
Internamente, el régimen argelino explota el discurso de la no interferencia para justificar la represión de la oposición política y los movimientos sociales. Desde el inicio del levantamiento popular en 2019, las acusaciones de “colusión con extranjeros” se han multiplicado contra periodistas, activistas y organizaciones de la sociedad civil. Esta retórica alcanza su punto máximo cuando se utiliza para justificar políticas represivas. La ley de 2012 sobre financiación de ONG, que exige autorización previa para cualquier apoyo externo, ilustra este deseo de aislar a la sociedad civil argelina de sus enlaces internacionales. Este bloqueo, presentado como una defensa contra la interferencia, es en realidad sólo una herramienta destinada a amordazar las voces disidentes.
Mientras el régimen persiste en subvertir el principio de no injerencia, la sociedad argelina aspira a una redefinición de este marco doctrinal. Esta división también se refleja en el creciente papel de la diáspora argelina. Al reunir a grupos internacionales para apoyar las demandas democráticas, se colocó en oposición directa al discurso oficial, afirmando que el vínculo con países extranjeros ya no debería ser percibido como una amenaza, sino como una oportunidad de renovación política.
Una diplomacia que se estanca
El discurso de la no injerencia, desde hace mucho tiempo piedra angular de la diplomacia argelina, choca hoy con sus propias contradicciones. Entre la interferencia encubierta en el extranjero y el bloqueo autoritario en el país, el régimen sacrifica la coherencia de su doctrina en aras de intereses estratégicos inmediatos. Esta elección, si persiste, podría acelerar la pérdida de legitimidad de un poder ya en disputa.
Históricamente, la no interferencia sirvió como marco para la construcción del Estado argelino posterior a la independencia. Este principio se estableció para consolidar la soberanía nacional y hacer frente a la interferencia externa, en particular la de la antigua potencia colonial. El caso del Sahel ilustra definitivamente el enfoque de geometría variable adoptado por Argel. Se ha transformado en un arma política flexible pero oxidada, utilizada para encubrir los defectos del régimen.