Prostitución juvenil: en la guarida del lobo a los 13

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Atraída por el atractivo del dinero y en busca de afecto, Rosalie se sintió completamente en control cuando se lanzó a la industria del sexo… a la edad de 13 años.

“Admiraba a las chicas que hacían este trabajo, porque veía el lado bello”, confiesa esta joven de poco más de veinte años, que acepta recordar los siete años que pasó vendiendo sus servicios sexuales, cinco de ellos cuando era menor de edad.

Rosalía lo dice sin rodeos: se arrojó “en la guarida del lobo”. A los 13 años, mientras vivía en un centro juvenil, vio imágenes de sitios de escorts en el móvil de un amigo, que también era reclutador de un proxeneta.

“Antes era muy fácil. Una niña de 12 años podría encontrar clientes en un segundo. Así lo hice”, dice la joven de Laval.

Rosalie (nombre ficticio) tenía sólo 13 años cuando empezó a prostituirse.

Foto Agencia QMI, JOEL LEMAY

Lo intenta y se registra en un sitio de anuncios clasificados. Sin embargo, rápidamente se da cuenta de que le resultará difícil gestionar todo sola, empezando por el transporte. No tiene ni licencia de conducir ni coche. Necesita un proxeneta.

“Fui yo quien acudió a los chicos”, asegura.

En ese momento, Rosalie tenía una gran necesidad de liberarse del estrés que la atormentaba en el centro juvenil. Su estancia entre estos muros le resultó extremadamente difícil, hasta el punto de huir varias veces, en particular para convertirse en prostituta.

“Es como un círculo. Nunca te sientes bien, ya no sabes lo que quieres. Sólo quieres sentirte bien, no sabes a dónde ir y las únicas personas que te hacen sentir bien son estos chicos. [les proxénètes]“, continúa, ahogando un sollozo.

Apoyo

Los “chicos” le brindan consuelo y cariño. La rodean, la protegen y la cuidan, pero no le quitarán tanto dinero, dice la mujer que asegura que se ha quedado con gran parte de las sumas recaudadas.

“Dije que era como si mis novios […] Me sentí mejor con hombres que me daban amor, fuera cierto o no. Tuve ganancias. Prefería eso a estar encerrada y no tener nada”, dice.


Rosalie (nombre ficticio) tenía sólo 13 años cuando empezó a prostituirse.

Foto Agencia QMI, JOEL LEMAY

Los años de prostitución dieron sus frutos para la joven, que pedía 500 dólares la hora. Ganó mucha autoestima a través de sus compras lujosas, especialmente ropa y bolsos.

“Cada vez que compramos algo: ¡sí! En algún momento te aburres, ves que eso no es la vida, es solo material. […] Simplemente vi mi valor en asuntos superficiales. También me dije: si estoy con [tel proxénète]”Me veré genial”, dice Rosalie.

Destino Dubái

Cuando tenía 15 años y todavía estaba en el negocio, unos chicos le hablaron de Dubai, donde los reyes compran chicas.

“Los tratan como perros”, revela Rosalie, quien más tarde se entera de que un antiguo proxeneta planeaba venderla a los Emiratos Árabes, plan que afortunadamente no se materializó. También se habló de su envío a Quebec, lo que tampoco ocurrió.

Rosalie nunca ha sentido peligro. Se sentía bastante poderosa, porque era menor de edad y las penas por explotación sexual de menores de 18 años son duras.

“Me dije: no me van a hacer nada, soy menor de edad. ¡Tienen miedo!”, explica.

Ella habla de una vez que fue a Toronto. Al darse cuenta de que tenía menos de 18 años, los proxenetas la enviaron inmediatamente de regreso a Montreal.

“Estas personas nos hacen creer que siempre estarán ahí para nosotros, pero no. En cuanto haya riesgo de prisión, olvídalo, te abandonarán. En cuanto su seguridad está en juego, se olvidan, no les importas”, confiesa.


GEN-EXPLOTACIÓN-SEXUAL

Rosalie (nombre ficticio) tenía sólo 13 años cuando empezó a prostituirse.

Foto Agencia QMI, JOEL LEMAY

pedófilos

Rosalie vio todo tipo de clientes durante su paso por la industria del sexo. Mintió sobre su edad, aunque “se notaba en [sa] rostro”.

“Les gusta. Pero se niega. No hay pruebas de que seas menor de edad”, dijo, añadiendo fríamente que sus clientes eran “pedófilos”.

“Es peligroso, pedos, porque les gustan los vulnerables, los más jóvenes que ellos. No tienen empatía”, analiza.

Rosalie recuerda a su primer cliente. Dolor. Ella le dijo que estaba sufriendo.

“No les importa […]. Es un placer para ellos”, dice.

Ella menciona a un cliente muy anciano, que shakait a causa del parkinson. Él le dijo que ella era su medicina para sanar.

“Fue su esposa quien me recibió. ¡Ves cosas, no es la realidad!”, se ríe.

Hoy Rosalie siente lástima por estos hombres, aunque a veces le pedían cosas “repugnantes”.

Sal del horror

A los 20 años, Rosalie dejó la industria.

“La última vez que vi a un cliente en mi vida, experimenté una violación. […] Presenté una denuncia y esta persona ahora está en prisión. Es la primera vez que me pasa esto. Vomité”, dice.

La joven volvió a terapia, con un psicólogo en el que confiaba y que la seguía desde hacía varios años. Ella también se enamoró.

Hoy deplora la banalización de la sexualidad y de la industria, que paga cada vez menos por las niñas. Y para aquellos que todavía se hacen ricos, nos recuerda que todo es efímero.

“No es una vida. No durará. Incluso un proxeneta. No dura”, advierte.

A todos aquellos que quieran empezar, Rosalía les advierte:

“Tener relaciones sexuales con alguien que no te atrae física ni psicológicamente no es normal. Cuanto más tenemos, más nos destroza y más difícil será reconstruirnos después de eso. Ese es el mensaje que quiero enviar. Porque al principio no nos damos cuenta”, concluye.

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