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2024 habrá sido un año mixto para las “finanzas verdes”. Ciertamente, en el primer semestre del año, las emisiones de deuda verde habrán aumentado un 7% (según la Climate Bonds Initiative), pero este rendimiento está muy por debajo del +35% del mercado de bonos. Y soplan vientos cambiantes que estas cifras no reflejan.
En Europa, la densidad de las regulaciones transforma a los actores económicos en agentes de cumplimiento, con obligaciones de publicar información sobre la sostenibilidad de los productos financieros (en aplicación del SFDR – Sustainable Finance Disclosure Regulation) y estrategias comerciales (en aplicación del CSRD – Corporate Sustainability Reporting). Directiva), movilizando recursos considerables.
Mientras que en Estados Unidos, la polarización política pesa sobre las estrategias de inversión: entre otros estados republicanos, Texas y Florida han adoptado leyes que limitan las inversiones ESG, descritas como capitalismo “despertado”. Esta hostilidad ha llevado a algunas instituciones a revisar sus compromisos para evitar controversias o riesgos legales. Los principales actores de la gestión de activos, como BlackRock, Vanguard y Fidelity, están midiendo ahora su apoyo a las propuestas ESG de los accionistas. En el mismo movimiento, las coaliciones climáticas se ven debilitadas por la retirada de algunos de sus miembros (como JPMorgan, State Street, etc.).
En este contexto, incluso ha surgido un nuevo término, “greenhushing”, que designa la creciente tendencia de las empresas a no comunicar sus acciones medioambientales para evitar las críticas. Este silencio táctico puede interpretarse como una señal de confusión o incertidumbre sobre la dirección que están tomando las políticas ambientales.
Esta evaluación de las finanzas verdes, a finales del año 2024, ciertamente no está desconectada de las tensiones en el mundo de las que es un eco. Las tres COP (sobre biodiversidad en Cali, clima en Bakú y desertificación en Riad) llevaron a conclusiones mixtas, mientras que los enfrentamientos geopolíticos continuaron (en Ucrania) o aumentaron en intensidad (en Oriente Medio).
Además, la elección de Donald Trump, si bien refuerza el “ataque” contra las estrategias ESG en Estados Unidos, sugiere una retirada del Acuerdo de París por parte de la nueva administración estadounidense. Asimismo, la promesa de guerras comerciales se suma a la mezcla de incertidumbres económicas desfavorables para las inversiones de largo plazo. Y como, más allá del caso americano, la mitad de la población mundial acudió a las urnas, muchos países esperan aclaraciones sobre el apoyo público a las políticas medioambientales (Francia, por desgracia, no es una excepción…).
El debilitamiento del sistema de la ONU se produce en vísperas de la COP 30, que se celebrará en Brasil en 2025 y deberá aclarar el “Nuevo Marco de Financiamiento Climático”: dar seguimiento al compromiso asumido en la COP29 de aportar 300 mil millones de dólares al año por De aquí a 2035 para los países en desarrollo, la COP de Belem se centrará en desarrollar mecanismos eficaces para movilizar y distribuir estos fondos. Se destacará el papel del sector privado, con llamados a una mayor movilización de capital para complementar (o reemplazar…) la financiación pública (en particular la que faltará en el estado federal estadounidense).
Más allá de esta financiación requerida por el Acuerdo de París, serán necesarias inversiones anuales de 4 billones de dólares de aquí a 2030 para limitar el calentamiento global a 1,5°C, según la Agencia Internacional del Clima. Como ya se invierten 2 dólares en tecnologías libres de carbono por 1 en fósiles, no todo está perdido. Con la condición de no cambiar de rumbo, en la confusión de los vientos cambiantes de 2025…
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