La voz de Jeff tiembla: “Mis padres no me quieren”. Por primera vez no lo invitaron al Día de Acción de Gracias, una celebración familiar imprescindible en Estados Unidos, porque no votó a Donald Trump hace tres semanas.
Los padres del agente inmobiliario de 59 años, que prefiere no dar su apellido por miedo a no poder volver a ver a su familia, juran por el republicano. Casado con un hombre, Jeff tiene valores progresistas y cree en una sociedad más inclusiva. “Trump partió a mi familia en dos”.
Su hermano cortó lazos hace cinco años. “Él cree que deberíamos condenar a muerte a los homosexuales”. Y sus padres le pidieron que no hiciera el viaje entre Washington, donde vive, y Florida este fin de semana. “No me consideran lo suficientemente patriótico porque no apoyo a Trump. No quieren hablar conmigo. Es aterrador”.
“Una bofetada”
El caso de Jeff está lejos de ser un caso aislado. Deb Miedema, de 50 años, vive en Minnesota, en el norte de Estados Unidos. Lleva más de veinte años preparando pavo para la gran reunión familiar, pero este año decidió cancelar las festividades.
“No me imagino preparando una comida para 40 personas, la mitad de las cuales están de acuerdo con esta situación (…). Trump es un mentiroso, un criminal, una persona horrible, y no tienen ningún problema con eso, ¡incluso le dan la razón!”.
El 5 de noviembre votó por la demócrata Kamala Harris. La victoria de Donald Trump con más de 76 millones de votos, o la mitad del electorado, todavía parece una bofetada.
“Este año estamos viendo una tensión real dentro de las familias. La sociedad estadounidense actual está tan dividida que muchos han adoptado la mentalidad: “Estás con nosotros o estás contra nosotros”, dice Laurie Kramer, profesora de psicología en la Universidad Northeastern de Boston.
“Según la percepción común, los momentos familiares deben ser alegres, llenos de amor y protectores. Por eso, cuando la familia se convierte en un lugar de tensión, rápidamente podemos sentirnos deprimidos, solos, aislados”, añade Laurie Kramer.
Amigos, verdadera familia.
“Es duro, muy duro”, afirma Ana, 31 años. Para el Día de Acción de Gracias, la joven empleada de una universidad de Boston suele ir a casa de su abuela, cerca de Filadelfia, pero esta vez ha decidido no hacerlo.
“Vengo de una gran familia italiana, con 18 tíos y tías. Todos mis tíos aman a Trump y no puedo escucharlos hacer bromas sobre lo que está pasando y verlos criar a mis primos con estas ideas.
Ana no es su verdadero nombre: pidió usar un seudónimo para que su abuela no supiera el verdadero motivo de su ausencia. “Le dije que estaba enfermo”.
“Me siento sola, muy sola. Es extraño negarse a participar en esta gran celebración, que es una tradición para todos. Pero para mí, estamos demasiado cerca de las elecciones”, añade Ana, que celebrará el Día de Acción de Gracias con amigos en Nueva York.
En una América tensa, más del 71% de los estadounidenses intentarán evitar hablar de política durante estas reuniones, según una encuesta realizada por la cadena estadounidense CBS.
“Tienes que aceptar que todos somos diferentes y encontrar una manera de aceptar estas diferencias para preservar tus relaciones familiares. De lo contrario, no es bueno ni para las familias ni para los individuos”, subraya la profesora Laurie Kramer.
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