El sector inmobiliario sufre como probablemente nunca antes lo ha hecho. Los últimos datos de los promotores son escalofriantes, con una caída del 42,4% en las ventas de viviendas colectivas nuevas entre el segundo trimestre del año pasado y este año. Los demás indicadores son igual de sombríos, con una caída de las reservas y un aumento de las cancelaciones. Los stocks se disparan y los profesionales, evidentemente, no lanzan nuevos programas en esta conjunción de estrellas. Las viviendas individuales lo están haciendo aún peor, con un nivel de ventas a finales de junio un 72% por debajo de la media de largo plazo.
En el sector antiguo, a pesar de la caída de los precios, el año en curso debería cerrar con alrededor de 800.000 transacciones, un 20% menos que en 2023. Las colas de potenciales inquilinos son cada vez más largas, tanto para obtener un alquiler privado como para obtener una vivienda social. Las consecuencias para el tejido empresarial que opera en el sector, desde el upstream (construcción) hasta el downstream (agencias inmobiliarias y servicios relacionados, como mudanzas o mobiliario) son terribles, con una explosión de quiebras y despidos masivos, o incluso agentes comerciales obligados a cambiar de sector.
La gran noche de la política de vivienda podría no ser mañanaEn este terrible contexto, los actores esperaban al primer ministro como si fuera el mesías. El gobierno dimitido sólo podía ocuparse de los asuntos de actualidad (…)
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